Por Javier Hernández Alpízar
“¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38)
A Nicolás López Cruz, in memoriam
Empezamos por un texto no típico para hablar de filosofía: el Evangelio de San Juan o simplemente el Evangelio de Juan. Es un evangelio que desde el inicio muestra influencia filosófica al decir que “En el principio era el verbo”, donde el verbo es el “logos”, señal de influencia directa o indirecta del lenguaje filosófico.
La pregunta “¿Qué es la verdad?” hecha por el prefecto romano Poncio Pilatos a Jesús, tras oírlo decir que fue enviado por su Padre a “dar testimonio de la verdad”, es una de las preguntas filosóficas clave.
Tenemos en este pasaje de Juan un diálogo breve y trágico entre dos tradiciones: la pagana filosófica, heredada de los griegos por los romanos, que hicieron también filosofía con las escuelas helenísticas y admiraron a los filósofos griegos. Y la religiosa y mítica judeo-cristiana, representada en este evangelio por Jesús.
Para la segunda tradición, la religiosa y mítica, la verdad se alcanza por la revelación (el otro libro atribuido a San Juan, Apocalipsis, significa “revelación”) y se cree por fe. La razón es solo una facultad para esclarecer y defender los dogmas de fe, revelados y creídos por autoridad, por ello, en la edad media la filosofía fue una disciplina intelectual subordinada a, y al servicio de, la teología.
En la pregunta de Poncio Pilatos, más allá de lo aparentemente circunstancial del diálogo, está la raíz de una actitud crítica, la filosofía pregunta de modo radical ¿qué es la verdad? Y no puede dar una respuesta por sentada: no vale la autoridad religiosa o política o de algún otro tipo: hace falta el examen, la piedra de toque de la duda.
Hoy esas actitudes siguen existiendo: la que apela a la autoridad, religiosa, política, la razón de Estado, los libros sagrados, la ideología dominante, lo ya establecido, el mercado, las corporaciones, y frente a ella, con aire iconoclasta, con su martillo para derribar ídolos, la filosofía, el examen y la discusión crítica.
La ideología –dice Karel Kosík- intenta subordinar a la filosofía, ponerla a su servicio, como en la edad media estuvo al servicio de la teología. Pero la verdadera filosofía siempre cuestiona al poder y a la ideología. Y el poder suele perseguir al filósofo, al pensador, porque le estorba. Como suele estorbar e incomodar al poder todo lo que no se le somete y subordina,
El poder sigue queriendo ser quien detenta el monopolio de la verdad (y el de la fuerza), pero la filosofía cuestiona los monopolios de la verdad con sus preguntas incómodas como ¿qué es la verdad?
Irónicamente, en el Evangelio de Juan la pregunta la hace un poderoso y frente a él, la prédica de un Dios para los pobres, los esclavos y excluidos comienza siendo subversiva. Por ello los cristianos primitivos, comunitaristas, son perseguidos. Pero luego Roma hace algo más audaz: coopta la religión y la convierte en ideología del poder, del imperio romano sacralizado. Frente a esa nueva religión como ideología hegemónica, será la filosofía, y su hija la ciencia, quien desafíe los dogmas y cuestione el principio de autoridad.
El pensamiento tiene esa vocación, o mejor dicho, el hombre y la mujer libres tienen esa vocación: pensar, cuestionar, criticar los dogmas. La mejor filosofía, como la pobreza según Quevedo, tiene cara de hereje: quiere ser libre, elegir a la luz de la razón, aunque, como a Sor Juana, le acusen de soberbia.
En estos tiempos de ideología repetida en todos los medios, cuando la verdad es escondida y modificada por datos y discursos a modo según el poderoso, la filosofía no es un lujo: es la defensa de nuestra dignidad humana, nuestro derecho a pensar, dudar e interrogar.
El lema de la Ilustración, según Kant: “atrévete a pensar”, es subversivo, rebelde, en sí mismo.
Con todos los fallos que se le puedan criticar, la película No mires arriba (Don’t Look Up, Adam McKay, 2021) es verosímil en lo esencial de su argumento: el poder quiere que no miremos lo que pasa, que nos neguemos a ver (“quieren que vean arriba para que tengan miedo”), porque en la mentira, la falsedad, la propaganda, la manipulación de masas, radica mucho de su fuerza.
Otro pasaje filosófico del Evangelio de Juan dice “la verdad los hará libres” (Juan: 8: 31-43). El matiz de diferencia es que en filosofía nada puede ser asentado sólo por autoridad. El cuestionamiento y el libre examen de toda afirmación es la única garantía de racionalidad y defensa contra la opresión, o al menos contra su ideología.