Por Javier Hernández Alpízar
“El tiempo traerá, a alguna mujer, una casa pobre, años de aprender, cómo compartir un tiempo de paz, nuestro hijo traerá todo lo demás; él tendrá nuevas respuestas para dar”…
(Sui Géneris, “Aprendizaje”)
Por supuesto, éste no es un artículo científico. No pretendemos hacer una ciencia del análisis de la letra de las canciones, del que se reirían los compas. Solamente mostramos una probable correlación.
La tasa de natalidad reportada por el INEGI en 2020 fue de 1.9 hijos o hijas por cada madre, cuando en los años setenta del siglo XX era de 7 hijos o hijas por cada mamá.
Ya desde los años 90 del siglo pasado, comenzaban a escucharse comentarios de mujeres y hombres jóvenes sobre su decisión de no tener hijos. Y recientemente, por la misma profesora universitaria que comentó el dato de natalidad del INEGI, me enteré de que jóvenes que no han tenido hijos deciden hacerse una operación como la vasectomía. Un joven comentó que en su generación ya no sienten los hombres perder algo de su virilidad por hacerse la vasectomía y decidir no procrear. La misma profesora comenta que el joven que le dijo haberlo hecho estaría dispuesto a adoptar, porque hay muchos niños o niñas sin padres. Lo cual es cierto: huérfanos de la violencia, los feminicidios, la pandemia, la crisis.
Siempre en conversaciones como ésta, salen a relucir los casos de otros países, por ejemplo los europeos, o China, donde ante el decrecimiento de la población, el gobierno decide no sólo dar marcha atrás a sus medidas draconianas contra la procreación, sino que intenta estimular que las madres chinas tengan más de un hijo. Una amiga comenta que parte del problema es que cuando solo les permitían tener un hijo, decidían dejar vivir a un varón. Al crecer, los jóvenes no encuentran mujeres de su edad con quienes hacer pareja.
En Occidente, nuestro hemisferio, por más que seamos críticos de “la modernidad” o el “eurocentrismo”, el sistema capitalista, que no es solo un sistema económico o uno tecnológico, sino un sistema militar, ideológico, político, religioso, patriarcal e industrial, entre otras cosas, ha usado la industria de la canción como instrumento de socialización que presenta ideales de persona, de vida, de felicidad.
Desde los años cuarenta o cincuenta (la posguerra) hasta los años sesenta y setenta (como decía la serie: “los años maravillosos”), las letras de las canciones más populares tenían como horizonte común el amor heterosexual, romántico, con intenciones de formar una pareja estable, que intentaba ser para toda la vida. “Toda una vida, me estaría contigo, no me importa en qué forma, ni donde ni cómo, pero junto a ti”, cantaban los Tecolines.
En todo ello estaba implícito el hecho de formar una familia y procrear. No por nada las primeras generaciones de ese periodo fueron “baby boomers”, parejas con promedios altos de procreación que repondrían las pérdidas por las muertes en las guerras (dos mundiales) y harían crecer la población, sobre todo urbana, y el consabido “ejército industrial de reserva”: mano de obra barata para los procesos industriales, y para los ejércitos de la guerra “fría”, la tercera guerra mundial según los zapatistas actuales.
Desde la época de los cantantes de boleros y géneros afines de la canción romántica (Los Panchos, los Tecolines, los Martínez Gil, Virginia López, los Dandys… hasta la época de los grupos y luego los solistas de rock, de los Beatles a los baladistas como Camilo Sesto, José José, Rocío Dúrcal o Juan Gabriel) las canciones eran de amor heterosexual (los otros amores estaban camuflados bajo la ambigüedad del lenguaje).
Un paradigma podría ser “Close to you” de Los Carpenters: la aparición de la persona amada daba lugar a una epifanía, una revelación de un mundo que solo podían conocer los enamorados. “puede ser mi gran noche, y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce”, cantaba Raphael.
Entre las canciones con más versiones en el mundo estaban canciones que directamente, o sutilmente, rendían culto al amor romántico potencialmente fértil: La chica de Ipanema, Yesterday, Bésame mucho…
Comenzaban ya las críticas de los músicos que siempre han contado y cantado otros temas y asuntos a las “tontas canciones de amor”. Paul McCartney se vengó haciendo un número uno de una canción que responde a las críticas: “qué es lo equivocado en ello” y retoma el viejo estribillo “I love you”.
Uno de los grandes ejes temáticos, incluso del rock, era el amor romántico heterosexual. Hasta un grupo con un nombre revolucionario, La Revolución de Emiliano Zapata, canta en “Nasty Sex” una crítica al amor libre narcisista sin consideración por la pareja: “My baby forgot that love can also sing a song of love” (Mi nena olvidó que el rock puede cantar también una canción de amor).
Pero ya en los años setenta, como una contracorriente interna que parecía no contradecir la tendencia principal, apareció un nuevo tipo de canción que proponía el amor libre fuera del matrimonio, en el nombre de una nueva moral individualista, algo narcisista, que venía más o menos del movimiento juvenil pos 68: Cantaba Camilo Sesto: “¿quieres ser mi amante?”
Primero con sutileza, y luego sin ella, se cantó el placer, la unión de los cuerpos: “Si nos amamos, hechos dos paganos, tus pechos aún están en mis manos, dime con qué cara debo salir”… cantó Chico Buarque.
Y poco a poco, las letras se fueron convirtiendo en un canto al placer, al yo, a la sensibilidad de los tiempos líquidos, en los que, diría Zygmunt Bauman, también el amor es amor líquido.
Algunos cantantes fueron diseñados como personajes, que podían ser bastante narcisistas (“soy el único que te entiende, soy el único que te escucha, el mismo al que llamas siempre, cuando te hace falta ayuda”: Sergio Fachelli), o bien nostálgicos de un romanticismo ya de salida o bien precursores de nuevos tiempos de sexo sin amor, sin pareja estable, y de preferencia sin hijos o hijas.
Ya Joaquín Sabina encarna el ideal de una vida sexual sin tanto romance, que se lleve a cabo más en el hotel, y después de ligar en el bar, que en la casa. “Hotel, dulce hotel; hogar, triste hogar”.
La producción industrial del erotismo y el sexo como consumo, con tendencia al anonimato y sin demasiadas pretensiones de pareja estable y menos de procreación, nos trae hasta las letras del reggaetón, la bachata, los nuevos estilos rancheros y de narcocorridos y otros géneros que hoy se bailan y perrean.
En la canción contemporánea, las letras que promuevan la pareja heterosexual fértil no son la tendencia principal. Un capitalismo que necesita deshacerse de “exceso de población” mediante guerra y violencia, mediante mal manejo de crisis de salud, mediante la militarización, promueve el sexo estéril, en el que, como en una canción de Aute “los hijos que no tuvimos se esconden en las cloacas”.
Si el sistema necesita bajas tasas de natalidad, seguirán predominando las relaciones líquidas, los divorcios, la anticoncepción. Pero, cuando enfrentemos, si llegamos a ello, una crisis al estilo chino, y cuando el sistema necesite más descendencia y, para ello, más parejas amorosas dispuestas a procrear, probablemente regresen las “tontas canciones de amor”.
Quizá Schopenhauer tiene razón y más que el amor libre, romántico, transgresor o “revolucionario”, es la voluntad la que empuja a la vida a prolongar la vida, el dolor y el tener que vivir, incluida la posibilidad de que la vida se invente un sentido.
O quizá tiene razón Hannah Arendt, quien, según Klaus Held, dice que uno de los principios de Occidente es el de natalidad, que conmemora el renacer de la vida, siempre renovándose, en cultura, ritos, mitos, propósito de vida. Biofilia.
Espero que mejores canciones acompañen a las futuras y valiosas “generaciones límite”.