Por Mumia Abu-Jamal
Durante la Guerra contra Irak, cuando Bush II desató una campaña de shock y pavor sobre el país encabezado por Sadam Hussein, supuestamente en búsqueda de armas de destrucción masiva, el territorio norteño de los Kurdos, ahora un área autónoma llamada Kurdistan, fue el único lugar donde los estadounidenses pudieron caminar en paz relativa.
La invasión de Irak, ahora considerada la estupidez más garrafal de la política externa en la historia de Estados Unidos, provocó olas de desastre, descontento y desorden en todo el Medio Oriente, al básicamente establecer un régimen chiita, bien recibido por su vecino chiita, Irán.
Los Kurdos aprovecharon el desastre para consolidar su poder en el Norte de Irak. Las y los Kurdos que vivían en otras regiones, como Siria y Turquía, buscaron emular sus parientes iraquíes con esfuerzos para establecer regiones autónomas en el Noreste de Siria y el Este de Turquía.
Pero Turquía, un país ferozmente nacionalista, rechazó estos esfuerzos automáticamente. Ha prohibido por ley los idiomas kurdos y detenido a personas por usar ropa netamente kurda. Califica a los Kurdos de “terroristas”, especialmente las y los integrantes y simpatizantes del autónomo Partido Obrero Kurdo (PKK).
Ahora el régimen de Trump, al retirar las tropas estadounidenses de Siria, ha dejado a los Kurdos vulnerables a la furia turca por atreverse a buscar su libertad y autonomía. Tachados de “amigos” del diablo estadounidense, [por pelear con mucho éxito contra su enemigo común, ISIS] ellas y ellos enfrentan el poder de las fuerzas armadas de Turquía, y posiblemente una matanza.
Los imperios no tienen amigos, tampoco aliados en realidad. Tienen usanzas, tienen sirvientes. Utilizaron a los Kurdos hasta dejar de necesitarlos. Ahora los Kurdos enfrentan un desastre y están solos en el mundo.
Desde la nación encarcelada soy Mumia Abu-Jamal.