Por Javier Hernández Alpízar
Respecto al cosmos, el planeta, la naturaleza y la presencia de seres vivos en nuestro mundo, hay un punto de vista de la ciencia actual completamente nuevo y distinto al pensamiento que predominó en los seres humanos antes de ella. Se trata de la idea de que no hay una finalidad, un designio, una voluntad que quiere algo, que quiso que el universo fuera, que existiera la vida, que existiera la conciencia.
Para la contemporánea ciencia de la naturaleza, que el universo sea como es, que haya vida en el planeta Tierra, que los seres vivos evolucionaran y el ser humano llegara a existir, a tener conciencia y a pensar no son resultados de un proceso que persiguió esa finalidad. Son efectos de causas que dieron esos resultados de manera contingente: nadie quiso que así fuera.
Aunque ese punto de vista no teleológico ni teológico es compartido cada vez por más personas, sigue siendo predominante el punto de vista opuesto: probablemente extrapolando la manera como interactuamos con el mundo, persiguiendo finalidades, deliberando, queriendo y persiguiendo ciertos fines mediante los correspondientes medios, los seres humanos solemos explicarnos la existencia y, sobre todo, el orden complejo y delicado del mundo como obra de un artífice.
Así el pensamiento religioso, el pensamiento mágico, mucho del pensar y el hacer que hoy llamamos artístico, y en una gran mayoría el pensamiento filosófico, supusieron o intentaron demostrar (y, dentro de la lógica de sus argumentos, lo hicieron) que el orden del mundo, su regularidad, su inteligibilidad para el pensamiento humano son el resultado, el producto, la obra maestra de un ordenador inteligente (o varios): el demiurgo, diseñador o arquitecto y artífice divino.
Si las religiones institucionales han perdido prestigio ante los ojos de sus ex seguidores es por el comportamiento de sus élites clericales, de sus pastores y maestros: conservadurismo político, privilegios económicos, escándalos de abuso sexual.
Sin embargo, el pensamiento de que el orden de las cosas es resultado de una deliberación y de una voluntad no ha disminuido; solamente ha mudado de sujetos sus elaboraciones míticas: algunos han sustituido la creencia en dioses, ángeles y demonios por la creencia en extraterrestres, alienígenas, seres de inteligencia y tecnología superior.
Otros han trasladado la idea de un diseño de autor para el orden de lo que ocurre a las teorías de la conspiración. La conspiración es la versión parcialmente secularizada de la creación divina y la divina providencia: el destino de los seres humanos, familias, tribus, naciones, Estados, es obra de un grupo poderoso que en secreto manipula los hilos y genera terremotos, guerras, pestes, o bien, diseña en sus laboratorios secretos nuevos coronavirus.
La mente humana se ha acostumbrado a las narraciones (los mitos, las narrativas, las historias, los relatos sagrados, sean esotéricos o nacionalistas) y le resulta incomprensible que en un mundo de causas sin finalidad, azares sin intenciones, entropía, ocurra que un virus pase de los murciélagos a otras especies y luego infecte a los seres humanos y desate una pandemia, sin que nadie haya hecho nada intencional y deliberadamente.
Acostumbrado a pensar su realidad y su mundo como obra de un autor, y desprestigiadas las religiones institucionales y tradicionales e incluso la creencia teísta, le parece más lógico pensar en mentes perversas y poderosas que manipulan el mundo y causan los “males”.
Nadie sabe si alguna vez el pensamiento de la ciencia natural y la cosmología actual llegará a cambiar esa manera de pensar y nos acostumbraremos a pensar el devenir del cosmos como un proceso sin finalidades, sin un sujeto o varios sujetos inteligentes que sean sus artífices.
Es difícil normalizar la idea de que el pensamiento de fines y medios, motivado por un deseo, una voluntad, ocurre solo con el querer y el hacer humano (la praxis humana), pero el cosmos no persigue finalidades.
Mientras tanto las teorías de la conspiración, que mejor sería llamar, fantasías de la conspiración, seguirán sustituyendo el lugar vacío de los mitos religiosos. Una consecuencia negativa de esa manera de pensar son decisiones prácticas como los movimientos masivos antivacunas o anticubrebocas.
El problema es que ni con la mejor divulgación científica se satisface un anhelo de almas humanas acostumbradas a narrativas, historias, desarrollos por tensión argumentativa y protagonistas: dioses, héroes, demonios, ángeles, hadas o extraterrestres y conspiradores que jueguen esos roles.
La mejor divulgación de la ciencia ofrece muchos atractivos intelectuales y aun estéticos, pero no nos puede contar historias de mentes que persiguen fines nobles o malvados.