Hotel Abismo: El manto pacifista de la máquina de guerra

Por Javier Hernández Alpízar

De Colombia a Palestina, asistimos al ejercicio de la real politik. Se ha insistido en que la pandemia abrió más posibilidades para el ejercicio totalitario del poder, la práctica de formas de control, disciplinamiento y vigilancia más sofisticadas. Pero eso no excluye el uso letal de las armas y de las formas de represión violentas y las prácticas de guerra “convencionales”.

El apartheid en Palestina es un espejo en el que podemos ver reflejado el mundo: la asimetría, el colonialismo, el despojo y la división de la población en una zona de inclusión que otorga las garantías del sistema y, del otro lado del muro, la exclusión y la violencia nuda como imperio de la fuerza. El contraste entre la alta vacunación contra covid en Israel y la situación colonial y exclusión de los palestinos despojados de su territorio es la ilustración patente del biopoder y el necropoder. Con matices diversos, así opera en el planeta.

La represión policíaca en Colombia y los ataques paramilitares en Chiapas y Guerrero son la confirmación de que, además de las nuevas formas de control totalitario, la represión “clásica” no cae en desuso.

Lo que sigue siendo una sofisticación paralela a la guerra y el control social es el sutil encanto de la propaganda ideológica.

Ya nos había mostrado Frances Stonor Saunders, en La CIA y la guerra fría cultural, que los libros, las revistas, los coloquios, las cátedras, orquestas y películas fueron armas de una batalla por las mentes y los corazones. Hoy que Palestina es sometida por la maquinaria bélica de Israel, no es trivial la propaganda en el cine.

Me había parecido muy clara la dicotomía: “si no eres feminista, entonces eres sexista”, dicha por la estrella de Hollywood Gal Gadot. La cité en una red digital y el comentario de otro usuario me dio la pista del uso ideológico del trabajo de la actriz. El comentario me informaba de la ciudadanía israelí de Gal Gadot y del hecho de que cumplió su servicio militar en su país.

Eso cambió totalmente mi percepción del papel político de la estrella. En efecto, en Wikipedia se informa de ambas cosas, la ciudadanía israelí y su servicio militar cumplido.

Lo primero que cuestionan esos hechos es el alcance del feminismo de la estrella hollywoodense: ¿dónde deja la defensa de los derechos de las mujeres palestinas?

Además, esos datos arrojan luz sobre su papel ideológico como “Mujer Maravilla”. Aclaremos: no se trata de que sea judía, sino de que sea sionista. No todos los judíos son sionistas, ni todos los sionistas son judíos. Donald Trump no es judío, pero es sionista. El sionismo es un imperialismo del dinero y de la guerra, no es cosa de religión, cultura o etnia.

En El profesor Marston y la Mujer Maravilla (2017), dirigida y escrita por Angela Robinson, se muestra la génesis del personaje de cómic, llevado luego a la televisión y el cine, en un intento de liberación erótica de un académico que se inspira en la psicología y en su propia vida amorosa. Como personaje elaborado por un hombre, la Mujer Maravilla nace con rasgos de objeto sexual para la imaginación masculina.

La película, de 2017, La Mujer Maravilla, dirigida por Patty Jenkins y estelarizada por Gal Gadot, sin romper con el estereotipo de objeto erotizado para una mirada masculina, parece dar a la heroína rasgos de inteligencia y de crítica que remontan en parte el cliché del sex symbol.

Sobre todo destaca el pacifismo del personaje: destruye a Ares para tratar de acabar con las guerras fratricidas, solo para descubrir que el causante no es solamente Ares, sino que son los hombres mismos quienes hacen la guerra. La historia está fílmicamente bien narrada, para convencer incluso a cinéfilos no aficionados a los superhéroes.

Además del pacifismo de la heroína, la película regala la sutil ironía de que Ares no sea el militar nazi que en principio Diana cree, sino el británico que habla de paz.

El papel de la actriz como heroína pacifista que enfrenta a los nazis parecería complementarse con sus declaraciones feministas. Pero la lectura da otro giro cuando se le ve como ciudadana israelí que hace su servicio militar y orgullosamente lo exhibe en Wikipedia. Así como Ares es el que más habla de paz, la heroína pacifista resulta militante de la opresión bélica de los palestinos. En efecto, no es Ares, son las ambiciones imperiales de ciertos Estados quienes hacen la guerra de despojo. Y la violencia es sutilmente cubierta por propaganda ideológica, incluso por el cine, que puede contar las historias para la desublimación represiva.

Ni la Mujer Maravilla es feminista, ni Gal Gadot pacifista. Pero hablar de paz puede ser el manto propagandístico de una postura guerrerista. Y vuelve a la carga, con La Mujer Maravilla 1984.

De Los Ángeles se sabe poco que su economía no gira alrededor del cine de Hollywood o las ventas de Silicon Valley, sino de la industria militar. De la Mujer Maravilla, se podría pensar en una heroína pacifista encarnada por una estrella hollywoodense feminista, pero la militancia política de Gal Gadot es por otra de las industrias militares más grandes del mundo. Una cortina de cine, como Hollywood.

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