Hotel Abismo: Para que el cambio no sea sólo un recambio de elites

Por Javier Hernández Alpízar

La teoría de la «clase política» postula la existencia, en el seno de cualquier tipo de organización social, de una minoría «organizada» que detenta el poder en los centros de decisión efectivos. La «fórmula política» consiste en el conjunto de ideologías, creencias y mitos que la clase política «produce», basados en una cultura político-social, para justificar su dominio sobre el resto de la sociedad.”

Francisco Leoni.

Las elites emplean a las clases inferiores rindiendo un homenaje puramente verbal a sus sentimientos, recurriendo a la demagogia con el fin de conservar o tomar el poder. El equilibrio y la declinación de una elite, así como el surgimiento de otra, dependen del grado de éxito con que una elite pueda inventar fórmulas que apelen al sentimiento de la masa.”

Rosendo Bolívar Meza.

Cuando uno pertenece a la inmensa mayoría de las clases no dominantes desearía poder refutar las teorías de las élites del poder (Charles Wright Mills, Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels). Sin embargo, estos pensadores, quienes tienen una teoría no sólo política sino sociológica, con fuerte base empírica y una posición básicamente positivista, parecen ser confirmados cuando volteamos a ver la historia, tanto la mundial como la de nuestro propio país.

Tanto las revoluciones burguesas (inglesa, estadunidense y francesa) como las socialistas del siglo XX (URSS, China, Cuba… e incluso otras latinoamericanas: el caso más indiscutible Nicaragua) terminaron por formar nuevas élites del poder militares, civiles, burocráticas. En Estados Unidos es muy claro el predominio de una elite:

En la medida –escribió Wright Mills– en que la clave de la élite poderosa se encuentra hoy en el Estado amplio y militar, dicha clave se evidencia en ascendiente ejercido por los militares. Los señores de la guerra han logrado una importancia política decisiva y la estructura militar de los Estados Unidos es ahora, en gran parte, una estructura política. La amenaza bélica al parecer permanente, pone en gran demanda a los militares y su dominio de hombres, material, dinero y poder; virtualmente, todos los actos políticos y económicos se juzgan ahora de acuerdo con definiciones militares; los militares de más categoría ocupan una posición firme en la élite poderosa de la quinta época.”

En México, las revoluciones de Independencia, la guerra de Reforma y la Revolución Mexicana significaron la incorporación de nuevos elementos a la elite del poder.

Dados los relatos históricos, que además los escriben normalmente los vencedores, intelectuales e historiadores orgánicos de las elites del poder, parecería que los hechos y procesos históricos dan la razón a la teorías de las elites del poder y refutan a los utópicos marxistas, anarquistas, seguidores de la teología de la liberación, etcétera.

Más que refutar la teoría de las elites del poder, lo que podemos es introducir matices, a partir de posturas como la gramsciana, que nos ilustran sobre la hegemonía y nos dicen que nunca las clases dominadas aceptan de una manera meramente pasiva la dominación, sino que introducen elementos de resistencia. Incluso Michel Foucault piensa el concepto de sujeto no solo desde el poder, sino de quienes resisten al poder.

En México, dos autoras que trabajan temas de ciencias sociales y políticas: Rhina Roux (El príncipe mexicano) y Ana Esther Ceceña, nos han enseñado a reflexionar desde el concepto gramsciano de hegemonía, y nos han mostrado cómo las clases subalternas también inciden introduciendo sus demandas en los pactos sociales resultantes de los cambios históricos.

Un ejemplo no tan lejano sería la Revolución Mexicana, en la cual fueron asesinados los líderes populares, los Flores Magón, Emiliano Zapata, Francisco Villa, pero sus demandas de tierra y derechos laborales fueron incluidas en la Constitución de 1917.

Esto no significa una cancelación de las elites, ni siquiera cuando se incluyen en ella indígenas como Benito Juárez, quien no reivindicó demandas indígenas, sino solamente demandas liberales modernas; o Porfirio Díaz, quien terminó siendo un dictador, rodeado de elites económicas, militares, eclesiásticas y de los “científicos” (los positivistas).

Solamente, “cepillando la historia a contrapelo” (expresión que llegué a escuchar a Bolívar Echeverría), se pueden encontrar elementos que, si bien no refutan la descripción de hechos positivista de las teorías de las elites del poder, sí muestran el protagonismo de otras clases y sectores sociales, con sus propios liderazgos, que constantemente están retando al poder de las elites.

El hecho de que los tipos de regímenes de dominación y opresión sean los más visibles no cancela la existencia de quienes se resisten y, de cuando en cuando, intentan hacer otros tipos de sociedades, en las cuales la relación entre dirigentes y dirigidos sea menos vertical y en las cuales se introduzcan elementos más horizontales.

Habría que acercar la mirada a la propuesta de los pueblos y comunidades zapatistas de Chiapas, quienes han radicalizado su autonomía dando a las bases el modo de gobernar y tomar decisiones (su creación política y cultural: el “mandar obedeciendo”) y marginando del gobierno a la parte armada, a contratendencia del militarismo actual. Además, reivindicando la no propiedad o “el común”, procuran que la propiedad de la tierra no sea factor de división entre los indígenas zapatistas y los no zapatistas, sino factor de asociación y defensa colectiva del territorio. En el país hay también otros procesos de construcción de autonomía indígena, y están hoy bajo el ataque de una guerra contra los pueblos, como lo ha denunciado la Quinta Asamblea Nacional por la Vida, el Agua y el Territorio.

Asimismo la autora de El cáliz y la espada, Riane Eisler, basada en evidencias arqueológicas, defiende la idea de que hubo pueblos y culturas prehistóricos que practicaban la gilanía, una forma no patriarcal ni matriarcal de comunidad, en la cual no eran oprimidas las mujeres ni oprimidos los hombres. Aunque también reconoce que a los ciclos de ascenso histórico de la gilanía les han seguido fuertes reacciones de violencia contra las mujeres, incluidos feminicidios.

Si bien hasta la fecha las formas de opresión de la mayoría por una elite han solamente cambiado de regímenes, y de unas elites a otras. Probablemente los problemas a que nos ha llevado esa forma de dominación, como las guerras, o bien el desastre ambiental y el ecocidio mundial, nos obliguen a pensar, a contrapelo de las posibilidades, que es necesario hacer cambios que vayan más allá de los recambios en las elites. Parece que las tensiones históricas nos exigen al menos intentarlo.

El relato de la historia y la descripción de la sociedad como la historia de la sempiterna dominación de las elites y la manipulación de los oprimidos es ya una mirada interesada en el fenómeno. Otras miradas nos pueden llevar a destacar los momentos, lugares y procesos contrahegemónicos, que no han logrado ser los más protagónicos, pero que no han dejado de existir como resistencias y contratendencias frente a las elites del poder. Como dice un joven geógrafo marxista: si no logramos derrotarlos, al menos no dejemos de molestarlos.

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