“Pensar la Ilustración hoy requiere reflexionar sobre el sentido que pueden tener, en el contexto actual, el universalismo, la unidad del género humano, la emancipación individual y la organización de la sociedad de acuerdo con los principios de libertad e igualdad.”
Corine Pelluchon.
Una de las muchas aportaciones del hervidero cultural de la República de Weimar fue la llamada “Escuela de Frankfurt”, cuyas reflexiones, dispersadas por occidente al tener que exiliarse por el ascenso del nazismo, llegaron a ser parte de la cultura crítica o el pensamiento crítico de nuestras generaciones. Incluido el movimiento contracultural que cuestionó el autoritarismo, el militarismo, el patriarcalismo, el racismo y la destrucción ambiental, con el colorido de la psicodelia, los cabellos largos y las flores en el pelo del hippismo. Por eso dedicaremos unas líneas a recordar a algunos de los integrantes de la Escuela de Frankfurt y algo de lo que dijeron a los jóvenes y en general a los humanos críticos del siglo XX y de lo que va de este siglo.
La Escuela de Frankfurt es el nombre con el cual conocemos al Instituto de Investigaciones Sociales, quienes en conjunto desarrollaron lo que hasta la fecha conocemos como “Teoría crítica”.
Dos de sus integrantes más conocidos son Max Horkheimer y Theodor Adorno, quienes escribieron el clásico Dialéctica de la Ilustración o Dialéctica del Iluminismo. El libro está formado por fragmentos filosóficos, el más largo de los cuales es un ensayo cuyo título coincide con el del libro.
En Dialéctica de la Ilustración, los autores exponen su tesis de que el momento oscuro que vive Europa, representado por elementos como las dos guerras mundiales, el fascismo y el nazismo, los campos de extermino, especialmente Auschwitz, no son un desvío o una anomalía, una aberración a contrapelo de la cultura Europea, sino el desarrollo de una de sus posibilidades. La violencia genocida es el lado oscuro de la luz de la razón, o como diría Francisco de Goya: “los sueños de la razón engendran monstruos”. Hoy Gaza y Palestina, como ayer Guernica.
El principio de individuación que culminó en la cultura racionalista burguesa inició según Adorno y Horkheimer, con el héroe de la Odisea, Ulises, quien derrota a seres sobrenaturales con astucia y estratagemas.
Ese individualismo acentuó cada vez más el poder de la razón sobre la naturaleza, especialmente para el mundo moderno, para el cual la naturaleza ya está desencantada. Dejamos de temerla, y comenzamos a dominarla, comenzamos a buscar el conocimiento como poder, como dijo Francis Bacon: “para dominar a la naturaleza hay que obedecerla”.
El dominio sobre la naturaleza es también una parte de la dominación sobre los seres humanos, es opresión. Lo vemos claro hoy: los hombres, varones, oprimen a otros varones, los derrotados, y también a las mujeres, a las infancias, a los diversos, y oprimen a la naturaleza, a todas las especies.
La Escuela de Frankfurt es heredera de Hegel y de los autores de la escuela de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud. A partir de ellos, criticó a una modernidad que inició prometiendo libertad, igualdad y fraternidad, pero terminó ofreciendo opresión, violencia y el Holocausto.
Max Horkheimer también criticó a la razón técnica como razón instrumental: Pensamos como si todo fuera solamente buscar los mejores medios para obtener nuestros fines, pero no todo pueden ser medios, por ejemplo: los seres humanos no pueden ser medios (sino fines en sí mismos, nos enseñó Kant), aunque a ello nos conduzca la razón instrumental.
Theodor Adorno fue un feroz crítico de Martin Heidegger, quien en general no era bien visto por el Instituto de investigaciones Sociales, aunque irónicamente, muchas de sus ideas, especialmente sus críticas a la modernidad son muy afines a los de Frankfurt. Ambos inician la genealogía del pensamiento instrumentalizador y objetivador de occidente en los griegos: Heidegger en Platón (igual que Nietzsche) y Adorno y Horkheimer en la Odisea.
Al menos una vez los zapatistas han citado a Adorno, por su aforismo: “Culpar a la víctimas es fascismo”.
Un alumno de Heidegger que huyó de Alemania ante el ascenso nazi, y como casi todos ellos terminaría exiliado en Estados Unidos, es Herbert Marcuse, quien, ya distanciado de Heidegger y basado en Marx y Freud, en libros como Razón y revolución, El hombre unidimensional, El final de la utopía o Eros y civilización, hizo una crítica de la moderna sociedad de consumo como represiva del eros, que, con la ya abundante producción, podría liberarse (la utopía dejaría de serlo) y, en cambio, deja a un alienado hombre de una sola dimensión, cuya humanidad y capacidad de gozo están oprimidas por la “represión sobrante”. Liberarse implica recuperar la “dimensión estética”. Marcuse colaboró con la inteligencia de los Estados Unidos contra los nazis, y sus libros influyeron en los estudiantes de las revueltas de 1968. En México, Díaz Ordaz lo llamó “filósofo de la destrucción”.
Walter Benjamin, judío y marxista heterodoxo, cercano a este grupo de pensadores, escribió sobre el sentido de la historia, a propósito de la cual imaginó un ángel, inspirado en una pintura de Paul Klee, que retrocede ante la historia como un horror; además teorizó sobre estética, y sobre el tiempo mesiánico, en que los dominados derrotados en el pasado se actualizan en quienes hoy luchan por la liberación poniendo un freno a la historia que corre hacia el abismo, y describió, inspirado en Charles Baudelaire, el glamour capitalista de los pasajes por donde caminan los paseantes. No se exilió y terminó suicidándose.
El ángel de la historia benjaminiano también ha estado presente en las reflexiones de los zapatistas chiapanecos, al igual que otros motivos del pensamiento del berlinés.
Erich Fromm hizo psicoanálisis de lo social, inspirado en Freud, Marx y autores como Spinoza. En México escribió un libro, Sociopsicoanálisis del campesino mexicano, junto con Iván Illich. Entre sus obras están: Ética y psicoanálisis, Ser y tener, El arte de amar (donde el amor no es un sentimiento sino una decisión voluntaria), El concepto del hombre en Marx, Anatomía de la destructividad humana (no es natural la violencia, afirma. La violencia es más obediencia que instinto agresivo, idea cercana a “la banalidad del mal” de Hannah Arendt) y un análisis del ascenso del fascismo entre masas que temen la responsabilidad y prefieren obedecer en El miedo a la libertad. Defendió el amor a la vida (biofilia) contra el amor a la muerte, tanático: necrofilia. Se opuso a Richard Nixon en una campaña presidencial que al final Nixon ganó. Ese año (1968), Nixon derrotó entre otros opositores a Erich Fromm y a John Lennon, ambos defensores del amor y la paz frente al belicismo tanático.
Relacionado con la Escuela de Frankfurt, Günther Anders reflexionó sobre la era atómica, el hecho de que la conciencia y la imaginación humana no alcancen a comprender la gran capacidad técnica de destrucción que los seres humanos han desarrollado. Se escribió cartas con Claude Eatherly, el piloto que desde el Enola Gay dejó caer la bomba atómica de Hiroshima. Anders escribió un libro que, desde el título, habla de La obsolescencia del hombre. Alguna vez, en 2011, la revista Conspiratio, de Javier Sicilia y su grupo le dedicaron el dossier de uno de sus números (Conspiratio 13).
La Escuela de Frankfurt aportó una crítica profunda de Europa y el occidente moderno. Tienen gran influencia en las ciencias sociales críticas. Les continuaron autores contemporáneos como Jürgen Habermas y Karl Otto Apel.
Así como, nos ha recordado Jacobo Dayán, la República de Weimar nos legó gran arte, literatura, ciencia y filosofía, nos dejó elementos que serían parte de la contracultura pop de los sesenta y los setenta. Dayán menciona ejemplos como las canciones Mike the Knife que cantaran diversos intérpretes como Louis Armstrong e inspirara (Melón acusaba plagio, me parece que exagerando) el Pedro Navaja de Rubén Blades o Alabama song, que escuchamos en la versión de The Doors.
Asimismo, en un libro autobiográfico, Bob Dylan dice que cuando estaba en la búsqueda de un tipo de canción para hacerla suya y desarrollarla, asistió a una obra de teatro de Bertolt Brecht y al escuchar las canciones, especialmente sus letras, encontró el tipo de canciones que quería escribir el autor de Blowin in te wind, de quien Marguerite Yourcenar incluyera en un cuaderno-álbum personal, al lado de grandes poemas de todos los tiempos, la letra de Like a rolling stone.
Seguramente no sólo Brecht y Kurt Weil, sino mucho de la República de Weimar y su cultura, y desde luego de la Escuela de Frankfurt, estuvo en las raíces de la contracultura, la onda, el hippismo, la psicodelia y el pensamiento pacifista y utópico que se atrevía a cantar, románticamente, lo admitimos, “a brotherhood of man”.
Como dice Corine Pelluchon (Ecología como nueva ilustración), la Ilustración o el Iluminismo no es una doctrina que deba aceptarse o rechazarse de tajo, sino una actitud crítica que permite seguir siendo pensadores (y activistas) críticos hoy, como las feministas y los ecologistas, como los pacifistas, como quienes siguen pensando que la especie humana es una sola y puede compartir un mejor destino si hace posible “un habitar más sabio en la Tierra y una más justa cohabitación con los otros vivientes.”
Menos razón instrumental y más biofilia, o como dijeron los jóvenes en los sesenta y setenta, “el amor y no la guerra”.