Hotel Abismo: Desfetichizar el tiempo

Por Javier Hernández Alpízar

A Rolando Espinosa, por acercarnos a comprender a Henri Lefebvre

Porque el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón.

Y nadie lo sabía tan bien, precisamente, como los hombres grises. Nadie sabía apreciar tan bien el valor de una hora, de un minuto, de un segundo de vida, incluso, como ellos. Claro que lo apreciaban a su manera, como las sanguijuelas aprecian la sangre, y así actuaban.” Michael Ende, Momo.

En el fin del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, en una Europa y un mundo sacudidos por guerras calientes y frías, revoluciones, contrarrevoluciones, fascismos y resistencias, diversos autores abordaron de diferentes maneras el tema del tiempo.

Henry Bergson pensaba en la duración como el fenómeno originario. Gastón Bachelard meditó en la intuición del instante. Albert Einstein y su relativismo cambiaron la manera de pensar el espacio- tiempo en física. En 1927, Martin Heidegger publicó Ser y tiempo, la obra que lo volvió célebre. Ya su antecesor en la fenomenología, Edmund Husserl, había pensado en el tiempo preocupado por recuperar la vivencia del mundo de vida. Antes, Friedrich Nietzsche había puesto énfasis en la finitud del ser humano, cuyo tiempo no puede ser eterno, aunque la voluntad de poder quizá prometa un eterno retorno de lo mismo. El eterno retorno en los mitos y religiones de muchos pueblos fue estudiado por Mircea Eliade. James Joyce y Marcel Proust cambiaron la manera de hacer novela y de narrar, experimentando con el tiempo: monólogo interior o memoria que quiere asir y recuperar el “tiempo perdido”.

En el siglo XIX, Karl Marx había encontrado una clave para señalar la explotación en la producción del capital usando el concepto de tiempo de trabajo para probar que el valor es cristalización del tiempo de trabajo socialmente necesario, en lo abstracto; y en lo concreto, sacrificio del tiempo de vida del trabajador.

En esto me hizo pensar escuchar una explicación sobre el filósofo, geógrafo y urbanista marxista Henri Lefebvre, autor de una vasta obra que toca multiplicidad de temas pero que se condensó en la producción del espacio. Precisamente ese, La producción del espacio, es el título de una obra clave del autor también de El derecho a la ciudad.

Al exponer parte de sus tesis de doctorado en geografía en la UNAM, La teoría de la producción del espacio de Henri Lefebvre, Rolando Espinosa explicó que para Lefebvre el espacio es tiempo cristalizado. La frase me hizo pensar: tal como Marx encontró en su teoría de la explotación (plustrabajo, plusvalor, valorización del valor) y del fetichismo de la mercancía que el valor es cristalización del tiempo de trabajo, tiempo de vida.

Lefebvre piensa que el espacio, el hábitat construido, la arquitectura, la ciudad, son tiempo cristalizado: el espacio es tiempo.

Además, para estos autores el tiempo es el tiempo vivido. Como ya habían pensado desde lo antiguo Aristóteles y San Agustín, el tiempo no se explica por el espacio, porque un móvil recorra un espacio (por ejemplo: la sombra en un reloj de sol o la manecilla de un reloj moderno), sino que precisamente para medir el tiempo tenemos que tener ya un concepto de tiempo: y el antes, el ahora y el después, o el pasado, el presente y el futuro, son momentos o distenciones en el alma humana. Kant también encontró el tiempo como un a priori en el sujeto de la sensibilidad, la experiencia y el conocimiento humano.

Heidegger y Lefebvre encontraron que el tiempo no es solamente el presente (la hegemonía de la presencia es lo que Heidegger critica a la metafísica) sino que en este presente están involucrados ya el pasado y una anticipación de futuro.

Este tiempo en el que puede tener sentido la narrativa que dé sentido a nuestra vida y a la historia de pueblos y culturas es un tiempo vivido, fáctico, histórico: preñado de pasados, presentes y, sobre todo, futuros posibles (utopías o distopías), otros inicios posibles.

Lefebvre piensa en el tiempo y en cómo se materializa en espacio, porque se pregunta por la posibilidad de la revolución. Heidegger piensa si será posible otro comienzo que abra un horizonte de sentido a otra relación con el ser, a otra comprensión del ser, la naturaleza, el mundo y la vida.

Pensamos en el tiempo porque necesitamos el cambio, no sucumbir a un destino ineluctable sino saber que otros mundos, otras historias, otras vidas son posibles.

Lefebvre, desde muy joven, fue influido por la consigna de Arthur Rimbaud “cambiar la vida”. No es casual que pensara en el espacio, donde trascurre la vida, y en el tiempo, aquello de lo que está hecha la vida, y en la producción del espacio a partir del tiempo: praxis, producción, historia.

Cuando fetichizamos el tiempo, lo pensamos como espacio, como eso abstracto y homogéneo que miden los relojes; el enajenado tiempo colonizado por el capital y su producción industrial. Para desfetichizarlo, debemos volverlo a su contexto: la vida humana, las preocupaciones humanas, la historia humana, las posibilidades humanas de cambiar su historia, cambiar la vida.

Quizá todos estos autores pensaron en el tiempo y su misterio porque estaban escudriñando el corazón de la vida: ahí donde, diría San Agustín, medimos los tiempos.

Pensar en el espacio y en el tiempo no es mera especulación: es pensar en la vida, en el sentido de la vida, en la posibilidad de cambiar la vida.

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