Hotel Abismo: Autoritarismo contemporáneo

Por Javier Hernández Alpízar

El poder político no necesariamente debe ser definido como una forma de violencia. En su ensayo Sobre la violencia, Hannah Arendt criticó la hegemonía de la definición del poder político como monopolio de la violencia legítima (Max Weber). Según la filósofa alemana, esa es solamente una forma de poder, entendido como “poder sobre”, digamos: opresión o dominación, pero existe otra forma de poder, entendido como “lo que podemos hacer todos juntos”, poder comunitario, poder político propiamente, gobierno sobre iguales o entre iguales, a diferencia de gobierno sobre esclavos, el poder despótico, como distinguió Aristóteles.

Este gobierno entre iguales o poder como lo que podemos hacer todos juntos es del tipo de autogobierno que han venido practicando los pueblos mayas zapatistas desde sus municipios autónomos de 1994 hasta los recientemente anunciados gobiernos autónomos locales, gobiernos colectivos, asamblearios, democráticos.

En los estados nación modernos, en el mundo capitalista, no estamos ante gobiernos o poderes políticos de ese tipo, sino del tipo de la definición de Max Weber: monopolios de la violencia, dicen ellos, legítima.

Y esa es una de las raíces más firmes y hondas del autoritarismo actual, el autoritarismo en los estados nación capitalistas, en un mundo industrializado, con predominio de la clase burguesa.

Simultáneamente con el nacimiento del mundo moderno, capitalista, burgués o hegemonizado por la burguesía, en el siglo XVI, nació un texto que sintetiza en saber técnico (la razón instrumental) del autoritarismo moderno y contemporáneo. Casi al mismo tiempo ocurrió la conquista de América por imperios europeos y Maquiavelo escribió su libro El príncipe.

Ante la necesidad de unir a las ciudades estado italianas, normalmente enfrentadas como piezas en la geopolítica de los reinos naciones ya existentes como España y Francia, Maquiavelo recomendó un gobierno fuertemente centralizado, con el poder en manos de un monarca, un príncipe. Se propuso una suerte de revolución burguesa autoritaria, pero esa unión no ocurrió para Italia sino hasta el siglo XIX , contemporánea a figuras como las de Napoleón III (Luis Bonaparte) y Karl Marx, quien describió cómo ante la incapacidad de los bloques de poder burgueses liberales (que promueven la industrialización) y conservadores (que defienden el status quo de los terratenientes) para hegemonizar un gobierno abiertamente burgués y la derrota de las clases trabajadoras y sus aliados, tras sucesivas represiones, la propia burguesía solapó el ascenso de un hombre providencial (Luis Bonaparte) con un golpe de estado militar, que luego se “legitimó” mediante elecciones.

Surgió así un emperador (Napoleón III), quien apoyó la aventura de Maximiliano de Habsburgo en México. El ascenso de este dictador-emperador y populista decimonónico fue analizado y explicado por Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte, en el que ridiculizó a la burguesía y al hombre providencial y explicó el golpe de estado como una solución de compromiso aceptada por una burguesía impotente, por su incapacidad para conducir ella misma la lucha de clases.

El modo de gobernar de Luis Bonaparte: autoritario, pero fingiendo ser democrático y tener un andamiaje institucional republicano moderno, fue descrito por el periodista Maurice Joly en su libro Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu.

Ante los asombrados ojo de un ingenuo y pálido demócrata liberal, Montesquieu, un colmilludo Maquiavelo explica cómo agitar las pasiones de los humanos, el miedo, el resentimiento, las pasiones nacionalistas y el hábito de atender más a las apariencias que a las realidades, para concentrar el poder en un poder ejecutivo fuerte, rodeado de un ejército de militares y otro de burócratas e incluso uno más de periodistas-publicistas oficiosos y otros que creen ser opositores o críticos, pero siguen la agenda informativa del hombre providencial.

En los países parlamentarios, los gobiernos sucumben casi siempre por obra de la prensa; pues bien, vislumbro la posibilidad de neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma. Puesto que el periodismo es una fuerza tan poderosa, ¿sabéis qué hará mi gobierno? Se hará periodista, será la encarnación del periodismo.” (Maquiavelo, personaje de Maurice Joly, Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu).

Un recurso es mantener las instituciones en su apariencia, por ejemplo: la división de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial, pero todos vacíos de contenido, simplemente como comparsas del hombre fuerte. Hacer periodismo desde el poder y marcar la agenda informativa y los límites de lo que es noticia y hasta opinión pública, desde el poder. Lenguaje nacionalista y obras magnas que apelan a una grandeza pasada (el imperio de Napoleón) que será resucitada. Agitación liberal en el exterior (apoyo a la unificación italiana) para disimular la represión en el interior. Como los gobiernos priistas que daban asilo a revolucionarios españoles o latinoamericanos al tiempo que reprimían, asesinaban y desaparecían a revolucionarios mexicanos.

Sobre todo, manipulación de las masas con un boato nacionalista, militarista, lleno de símbolos históricos, que seduzcan y fascinen a la imaginación popular.

Sabemos que Napoleón Bonaparte leyó y subrayó El príncipe de Maquiavelo (una de sus frases anotadas al libro “El fin justifica los medios” es síntesis del “maquiavelismo”). También lo leyó y encontró en él inspiración Benito Mussolini, y por otro lado, en la cárcel, lo estudió y trató de asimilarlo como un Lenin para el proletariado Antonio Gramsci, con su idea de un príncipe colectivo.

En México, Maquiavelo ha sido citado por Salinas de Gortari y por López Obrador, quien aprendió de él probablemente cuando trabajó para el priista Enrique González Pedrero, autor de La cuerda floja, un muy buen ensayo sobre Maquiavelo y Tomás Moro.

Los gobiernos autoritarios mexicanos, desde el siglo XIX, basados en el caudillismo, el hombre providencial, como Juárez y Porfirio Díaz, liberales, pero también sus rivales políticos (Santa Anna), han usado del maquiavelismo, en el sentido que lo describió Maurice Joly, para tener un presidencialismo autoritario fuerte, despótico monárquico, principalmente durante los años dorados del priismo.

Un presidente a quien todos obedecen sin chistar, apoyado por la lealtad de las fuerzas armadas, por la complicidad de las clases poderosas, con los poderes legislativo y judicial subordinados, sin competencia, sin contrapesos, con un partido político hegemónico, una oposición débil, impotente y meramente decorativa y una sociedad manipulada, con una parte de ella cooptada por beneficios económicos menores y una mayoría confundida, desorganizada, desinformada, desalentada por la supuesta omnipotencia de un gobierno-presidente-partido omnipotente, a quien “nadie puede derrotar”.

La construcción de un gobierno así, autoritario, despótico, nacionalista, demagógico, populista, antidemocrático, está hoy en marcha y su caldo de cultivo mayor es la incapacidad de la sociedad para organizarse y ser un poder autónomo, en el sentido en el que Hannah Arendt dice: “lo que podemos hacer entre todos”.

Se trata de un “poder sobre los demás”, basado en la fuerza de la violencia, el militarismo, la manipulación del miedo y las bajas pasiones (el resentimiento, el odio, las fobias), pero con un discurso y una apariencia de poder democrático, que todo lo hace por el pueblo.

… “pero ya habéis podido observar que mi política esencial consistía en buscar el apoyo del pueblo; que, si bien llevo una corona, mi propósito real y declarado es representar al pueblo. Depositario de todos los poderes que me ha delegado, su verdadero mandatario soy en definitiva yo y solo yo. Quiere lo que yo quiero, hace lo que yo hago.” (Maquiavelo, personaje de Maurice Joly, en el Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu).

Los gobiernos así no son exclusivos de México, de América Latina ni de los países del sur global, han habido gobiernos así en sus variantes fascistas (Mussolini, Hitler), dictatoriales (Luis Bonaparte), populistas (Trump, Bolsonaro, Netanyahu, Bukele, Ortega), y en México hemos asistido a gobiernos de este estilo con el PRI y actualmente con el presidente de extracción priista que ha logrado conectar un populismo a lo Garrido Canabal y un discurso nacionalista a lo Echeverría con masas que piden no realidades, sino promesas; pues parecen tener ya un ADN ciudadano negacionista ante los problemas y dispuesto a encantarse con promesas de fábula, como jugosas jubilaciones y repartos de dinero a cambio de dejar el poder en manos de un solo hombre… o mujer.

Un poder así ya fue descrito por Maurice Joly en el siglo XIX, hasta en sus detalles liberales y humanistas:

El objeto único, invariable, de mis confidencias públicas será el bienestar del pueblo. Hable yo, o haga hablar a mis ministros o escritores, el tema de la grandeza del país, de su prosperidad, de la majestad de su misión y su destino nunca quedará agotado; nunca dejaremos de hablar sobre los grandes principios del derecho moderno y de los grandes problemas que preocupan a la humanidad. Mis escritos trasuntarán el liberalismo más entusiasta, más universal. Los pueblos de Occidente gustan del estilo oriental; de modo que el estilo de todos los discursos oficiales, de todos los manifiestos oficiales estará cargado de imágenes, siempre pomposo, elevado y resplandeciente. Como el pueblo no ama a los gobiernos ateos, en mis comunicados al público no dejaré nunca de poner mis actos bajo la protección de Dios, asociando, con habilidad, mi propio sino al del país.” (Maquiavelo de Maurice Joly, en el Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu)

Los efectos teatrales, hoy diríamos mediáticos, son también ya parte de la receta:

Los pueblos meridionales necesitan que sus gobiernos se muestren constantemente ocupados; las masas consienten en permanecer inactivas, a condición de que sus gobernantes les ofrezcan el espectáculo de una continua actividad, de una especie de frenesí; que las novedades, las sorpresas y los efectos teatrales atraigan permanentemente sus miradas; tal vez esto perezca raro, pero, nuevamente, es así.” (Maquiavelo, Maurice Joly, Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu).

Se trata de anular toda autonomía de la sociedad, los colectivos, las asociaciones, los grupos, comunidades o pueblos. En su lugar, estará siempre el Estado.

Una vez jefe de gobierno, todos mis edictos, todas mis ordenanzas tenderían constantemente al mismo fin: aniquilar las fuerzas colectivas e individuales, desarrollar en forma desmesurada la preponderancia del Estado, convertir al soberano en protector, promotor y remunerador.” (Maquiavelo, Maurice Joly, Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu).

La novedad de los gobiernos autoritarios modernos se diluye, pues su necesidad nació con el capitalismo y sus estados nación modernos en el siglo XVI. Y en pleno siglo XXI, siguen operando como hombres providenciales nacionalistas que simulan la democracia mientras concentran el poder en las manos de una sola persona, que vigila por los intereses del desarrollismo, los megaproyectos, el extractivismo, la posdemocracia y la posverdad.

Mientras no haya organización social autónoma, el poder de estos hombres providenciales estará seguro, y los intereses de la burguesía, el capitalismo y los militarismos con él… o con ella.

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