Hotel Abismo: Soberanía para afuera y no para adentro

Por Javier Hernández Alpízar

…”la agitación liberal en el extranjero disimula la opresión en el interior.”

Maquiavelo, personaje de Maurice Joly, en el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu.

La soberanía reside en el pueblo. Eso dicen, más o menos, las Constituciones de las repúblicas modernas, incluida la República Mexicana. En la teología política de la Edad Media, la autoridad provenía de Dios, en el mejor de los casos a través del pueblo (Vox populi, vox Dei); y se depositaba en el soberano, es decir, el Monarca. Después de las revoluciones democrático burguesas del siglo XVIII, la república comenzó un proceso de secularización parcial, incompleto en algunos casos. Todavía en Estados Unidos se jura sobre la Biblia y su moneda dice “In God we trust”.

Las revoluciones democrático burguesas en México se hicieron en episodios y temporadas (nos adelantamos a Netflix), la Independencia y la Reforma en el siglo XIX y la Revolución Mexicana a inicios del siglo XX: En la Constitución de 1917 quedó asentado que la soberanía reside en el pueblo, pero en México, si bien parte de la arquitectura constitucional es liberal (desde Hidalgo y Morelos a Juárez, Lerdo y demás), el principio de soberanía es también heredero del derecho medieval: el soberano (el pueblo, pero en los hechos el Estado, y sobre todo el gobierno, léase el presidente) ejerce la soberanía.

Soberanía quiere decir que dentro de un territorio nacional no hay un poder por encima del poder soberano, y desde luego, tiene que ver con el famoso monopolio de la violencia legítima que dijo Max Weber.

Dado que en México tuvimos muchos problemas de luchas intestinas, como las ciudades Estado italianas de tiempos de Maquiavelo, se formó un Estado mexicano Príncipe (tesis de Rhina Roux, basada en Adolfo Gilly, Gramsci y Maquiavelo), por eso la división de poderes fue siempre nominal y el presidente fue rey por un sexenio, sin derecho a reelección, pero con derecho a elegir a su sucesor y a imponerlo con ayuda de la maquinaria electoral del partido de Estado.

La soberanía tiene más de un sentido, o matiz, pero aquí observaremos dos: (1) hacia afuera. Es la afirmación de la independencia de una nación respecto a las potencias extranjeras: la de México se construyó con la Independencia, las guerras contra intervenciones españolas, francesas y estadounidenses en el siglo XIX y tuvo su clímax cuando Lázaro Cárdenas expropió exitosamente y nacionalizó el petróleo. Por eso se volvió un ícono sensible del nacionalismo revolucionario mexicano.

El otro aspecto de la soberanía es (2) el interior: que la soberanía reside en el pueblo, lo cual se ha mediatizado por la fuerte tendencia principesca: el presidente como reyezuelo para quien los poderes legislativo y judicial son sus subordinados, meros operadores.

Bajo el modelo de “transición a la democracia” se construyó un sistema de elecciones más o menos confiables, pero las solas elecciones no son sinónimo de ejercicio de la soberanía por el pueblo: serían necesarias también otras muchas cosas, entre ellas, una verdadera rendición de cuentas, transparencia, controles sociales, verdadera revocabilidad y formas de participación no falsificadas ni manipuladas para que el pueblo, la sociedad, con toda la legítima pluralidad política, cultural, ideológica, etcétera, sea parte de las decisiones sobre lo público. Uno de esos controles sería una verdadera independencia de poderes: ninguno subordinado a otro, especialmente, no a la presidencia. Además de garantizar derechos humanos fundamentales como derecho a la vida, la integridad personal y patrimonial, la certeza jurídica y otros derechos civiles, políticos, sociales, económicos, culturales. Muchos de esos derechos en México no se conocen ni de nombre, aunque estén en la ley, pero en las calles, carreteras y campos, no se respetan.

Poco se había avanzado en construir cierta transparencia (era lo mejor evaluado del estado derecho mexicano a nivel internacional, según el World Justice Project 2023) con organismos e instituciones autónomos (o que intentaban serlo) como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH); el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI), Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), etcétera. Insuficientes, pero que parecían caminar en el sentido de la participación. Podrían mejorarse, en vez de destruirlas, como poco más o menos hace el proceso en curso.

Sin embargo, una idea simplista de la política (moralista, maniquea, estatista, nacionalista y populista) ha permitido regresar al presidencialismo sin contrapesos y, de nuevo, la soberanía hacia el interior se reduce a un pasivo asumir que el presidente en turno (o la mujer que ejerce ese rol) es el soberano, como un monarca, un rey, a quien los legisladores obedecen sin cambiar ni una coma a sus mandatos.

Para disimular esa opresión “nacionalista” al interior se hace uso de agitación liberal o progresista al exterior: por ejemplo, se exigen disculpas al rey del Estado español del siglo XXI por la conquista y especialmente la invasión de Tenochtitlán por Hernán Cortés (rodeado de un masivo ejército de nahuas, totonacos, otomíes y otros indígenas y unas pocas decenas de españoles) en 1521. Los mismos que creen que el ex presidente López Obrador no es responsable de los miles de muertos y desaparecidos en su sexenio (2018-2024), exigen que se disculpe un rey español por lo que pasó hace 503 años.

Pero claro, como dice el Maquiavelo de Maurice Joly: …”la agitación liberal en el extranjero disimula la opresión en el interior.” De modo que ese nacionalismo que en nombre de la soberanía exige disculpas a la corona española o pone pausa a la relación con la embajada de Estados Unidos, oculta la subordinación de México a través del Tratado de Libre Comercio, una de cuyas consecuencias es el colonialismo interno: ecocida y destructor de comunidades indígenas y campesinas, con la imposición militarizada (y manipulación de la participación) de megaproyectos como el llamado (mal llamado) tren “Maya” y el corredor Interoceánico en el Istmo de Tehuantepec (el Tratado McLane Ocampo redivivo) construidos por la oligarquía a la que tanto dicen enfrentarse y por empresas transnacionales acusadas de corrupción en diversos países: Ahí la soberanía nacional no opera, sino los intereses del capital, y si algo de soberanía territorial es defendido, lo es por las autonomías y resistencia indígenas: ante ellos, la presidencia mexicana y sus fuerzas armadas se están portando como un actual Hernán Cortés industrial y militarista. Irónicamente el titular de la Guardia Nacional (parte de la Sedena) se llama Hernán Cortés.

Por cierto, un régimen así, como el actual en México, ya existió al menos desde el siglo XIX en Francia con Luis Bonaparte: progresista para apoyar la unificación italiana, dictatorial y casi totalitario hacia el interior, y también apoyado en nacionalismo y militarismo, con megaproyectos como el Canal de Suez y aventuras en México (Maximiliano y Carlota). Precisamente las palabras del Maquiavelo de Joly están inspiradas en él: …”la agitación liberal en el extranjero disimula la opresión en el interior.”

En México, eso no es nuevo, los gobiernos mexicanos reprimían en México a izquierdas, comunistas, opositores y disidentes (masacre de Tlatelolco incluida), pero recibían exiliados de España y toda América Latina y el Caribe. De esos presidentes mexicanos nacionalistas, al menos cuatro, ya lo han ido desclasificando, trabajaron para la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA): Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo. Así de patriótico el nacionalismo de los presidentes (monarcas por un sexenio) en México.

Sin embargo, en el exterior, los progres desinformados creen que en México gobierna una izquierda incluso feminista. Habría que leer el Manifiesto de un feminismo para el 99% de Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser. https://www.legisver.gob.mx/equidadNotas/publicacionLXIII/Manifiesto%20de%20un%20feminismo%20para%20el%2099%25%20-%20Cinzia%20Arruzza,%20Tithi%20Bhattacharya,%20Nancy%20Fraser%20(2019)..pdf

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