Hotel Abismo: Defender las palabras

Por Javier Hernández Alpízar

Lo verdaderamente notable de la condición humana se refleja mejor en la historia de la Torre de Babel, en la que la humanidad, con el don de una única lengua, se aproximó tanto a los poderes divinos que Dios se sintió amenazado. Una lengua común conecta a los miembros de una comunidad con una red de información compartida con unos formidables poderes colectivos. Cualquiera se puede beneficiar de los toques de genialidad, los golpes de fortuna o el saber espontáneo de cualquier otra persona, viva o muerta. Además, las personas pueden trabajar en equipo, coordinando sus esfuerzos mediante acuerdos negociados.”

Steven Pinker.

El lenguaje, si entendemos por ello el habla, los lenguajes articulados humanos que conocemos como lenguas o idiomas, es uno de los fenómenos más complejos y asombrosos para estudiar.

Cada vez que alguien intenta comprender y explicar el lenguaje, se ve forzado a decir o escribir cosas como ésta:

La superestructura invisible que mantiene unidas las palabras es un poderoso invento que evita los inconvenientes de los sistemas de encadenamiento de palabras. La clave reside en que la estructura arbórea es modular, lo mismo que los enchufes o las clavijas de los teléfonos.”

(Steven Pinker, El instinto del lenguaje)

Como utilizamos una lengua (el inglés; Pinker; el castellano, en nuestro caso) para analizar a la lengua, nos vemos forzados a hacer uso de la función metalingüística del idioma, y a usar analogías y metáforas. En el párrafo citado, Pinker contrasta una estructura arbórea que tendría el lenguaje y que permite ramificaciones al infinito, en tanto que los sistemas de encadenamiento de palabras son mucho más limitados, casi lineales.

Esta complejidad del lenguaje posibilita la inmensa creatividad que permite al hablante de cualquier lengua, con base en un número limitado de elementos (palabras y reglas sintácticas), formar un número infinito (potencialmente infinito) de combinaciones en frases y enunciados, en textos, discursos, poemas, obras, mitos. Esta complejidad del lenguaje ha dado mucho qué pensar y qué estudiar a lingüistas, antropólogos, filósofos, y a toda clase de estudiosos.

Algunos de ellos, como Noam Chomsky, se han visto en la necesidad de postular un mecanismo innato, a priori, universal, como una especie de software que todo ser humano tiene de nacimiento, para explicar la capacidad de aprender rápida y eficazmente una lengua y, en breve tiempo, no meramente imitar las frases que uno oye, sino construir frases y oraciones cuya complejidad asombra a los gramáticos.

Los filósofos se han ocupado del lenguaje tratando de comprender qué es y qué reglas lo rigen, e incluso hay quienes lo ven como un fenómeno más originario, definitorio de nuestra humanidad. Heidegger opina que el hombre se comporta como dueño y señor del lenguaje, pero en realidad es el habla, el logos, el lenguaje, quien es señor del ser humano y testimonio del sentido del ser.

Asimismo, el lenguaje no es solamente un asombroso medio para compartir información, sino que permite dialogar, discrepar, concordar, construir acuerdos. En otras palabras, permite a los seres humanos organizarse como colectivo, hacer política, en el más amplio sentido de la palabra: en el sentido de lo que podemos hacer todos juntos, si nos ponemos de acuerdo y actuamos en común. Política participativa y comunitaria.

Lo que comienza como una propiedad emergente de un sistema, con una base finita de elementos y reglas para combinarlos, se convierte en una poderoso medio que permite definir ideales, fines, metas, símbolos, utopías. De ahí que la política necesite siempre del lenguaje y que la comprensión misma del lenguaje, como la de la cultura, no esté exenta de sesgos políticos.

En el estudio de cómo las lenguas habladas interactúan, compiten, se imponen o subordinan, se inspiró Antonio Gramsci para pensar el concepto de hegemonía: hay lenguas y culturas hegemónicas, pero las clases y pueblos subordinados no las asimilan pasivamente, se las apropian activamente y las convierten en campo de disputa de hegemonía y contrahegemonía. Algo así como la manera en que los mayas zapatistas se apropian del castellano, no solo como lengua franca entre ellos, sino para comunicarse con el resto de México y con el mundo, desde su posición de autogobierno en rebeldía.

Por algo los griegos, especialmente Aristóteles, pensaron en el ser humano como el animal que habla (tiene logos) y como animal político. Ambas cualidades están correlacionadas.

Y todo esto nos hace entender la necesidad de defender las palabras: los gobiernos opresivos tienden a envilecerlas para hacer pasar la mentira por verdad. Ernesto Cardenal decía que una misión de la poesía era desmentir a las grandes agencias de noticias. La lengua está hecha para la alta política, la democrática y comunitaria. Conviene defenderla del envilecimiento al que se le somete todos los días.

Steven Pinker, (2018), El instinto del lenguaje, Lectulandia, edición digital.

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