Por Javier Hernández Alpízar
A Myrna.
“Me gustan las marionetas.”
El Duce, en Pinocchio de Guillermo del Toro.
Entre las muchas cosas benéficas que pueden hacer las artes está el constituirse en contrapropaganda o antipropaganda.
La propaganda repite mentiras y verdades a medias para engañar, o como dicen que dijo Joseph Goebbels: “la propaganda no engaña a nadie, solamente le da elementos para que se engañe a sí mismo”.
En cambio el arte, incluido el arte de contar historias mediante animación como el cine, puede dar un rodeo: puede no hablar directamente de la política de hoy. Puede enmarcar su historia en la Italia del Duce, en los años cuarenta del siglo XX, para dar a conocer el horror de la guerra, el fascismo, el militarismo, el nacionalismo, el fanatismo, la explotación, la trata de menores.
Pero, como diría Antonio Gramsci, Guillermo del Toro no hace pequeña política, no arremete contra los actores y oradores del día o de la semana, sino contra sus fuentes, su representantes más hondos: en lugar de los líderes carismáticos del mercado político de hoy, su fuente: el Duce de la Italia fascista.
Además no hace un discurso directamente político, sino que retoma un clásico, Pinocchio de Carlo Collodi, y releyéndolo y recontándolo desde el siglo XXI, retomando elementos de la historia del siglo XX, de clásicos como la Odisea, Las mil y una noches, El Barón de Muchhausen, la Biblia (el Evangelio, desde luego), e incluso un homenaje a Cri-Cri, y por alguna razón, el retrato de Arthur Schopenhauer, nos recuerda que lo importante es el amor padre-hijo, el amor entre progenitor y descendiente (podría ser madre e hija…), la vida de las personas: las grandes batallas son solamente grandes desgracias y desastres que aplastan o dejan sobrevivir a los seres humanos.
Por algo Guillermo del Toro, cada vez que recibe un nuevo premio por su película, defiende la animación como cine de verdad, cine para todas las personas. No habla del “contenido”: del mensaje político, o ético, o moral. Lo que haya querido decir política y humanamente lo dijo ya con su película.
Y así el arte se vuelve el mejor antídoto contra la propaganda: no entra en el juego de los dimes y diretes, no polemiza en la pequeña política de todos los días. Hace una obra para generaciones, para la duración. (Lo cual no significa que no tengan valor los panfletos, que combaten a la propaganda en el corto plazo, con urgencia. El combate es en todos los espacios, en todos los tiempos.)
Pinocchio apuesta a la vigencia por mucho tiempo, así como el cuento de Andersen, El traje nuevo del emperador (con su frase: “El rey va desnudo”) sigue vigente hoy, haciendo una crítica política contundente, demoledora, lapidaria, tras la apariencia de un inocente cuento para las infancias.
La propaganda apuesta a la masividad instantánea, hoy, ya, a avasallar.
El arte apuesta a la humanidad en resistencia de largo aliento. El poder quisiera capturar y domesticar al arte, lo mismo que a la literatura, el periodismo, las ciencias, filosofías y humanidades, pero el pensamiento es libre o simplemente no es ya pensamiento ni creación.
Por esa distancia, por encima del bajo nivel de la propaganda del poder, cuando los gobiernos, los líderes mesiánicos, los fascismos, los populismos, los militarismos, sean viejos y decrépitos, Pinocchio seguirá siendo una historia que se burla del autoritarismo, en su cara, cuando está en la plenitud de su poder en muchos países del mundo. (Cf. Federico Finchelstein, Del fascismo al populismo en la historia https://gigalibros.com/del-fascismo-al-populismo-en-la-historia.html )
Algunos pensarían que Guillermo del Toro no se avoca a lo urgente, que hace falta un discurso más directo, que diga a las personas lo que hay que opinar. Pero también hay que confiar en quienes ven, escuchan y leen: saben leer entre líneas.
Vivirán las artes, y las ciencias y el pensamiento crítico, que no se dejen capturar por la propaganda. Como dice una personaje en la película “¡Vivan las artes!”, aunque le pese al Duce.
Pinocchio de Guillermo del Toro (2022).