Hotel Abismo: Transformismo, gatopardismo y posdemocracia en México

Por Javier Hernández Alpízar

Los poderosos buscan el poder absoluto para oprimir al pueblo, pero éste, al buscar su liberación, lleva al poder a un jefe popular o a un grupo que pronto se convierte en tirano del propio pueblo.”

Luis Villoro, “Los dos discursos de Maquiavelo”.

El advenimiento del Estado-empresa es una prueba de la “revolución pasiva” descrita por Gramsci, esto es, reformar para preservar, o en palabras de otro italiano, Lampedusa, “cambiar para que todo siga igual”.

Frei Betto, “Posdemocracia”.

Hay quienes ponderan como un éxito del obradorismo el haber impuesto una narrativa o un “sentido común” nuevo, sintetizado en la idea de “cuarta transformación”. Sin embargo, por debajo de la fraseología grandilocuente, esa narrativa es una mezcla de nacionalismo priista (Echeverría, Portillo), liberalismo decimonónico (especialmente el adjetivo descalificador de “los conservadores”) y religión evangélica (“adversario”, en ese lenguaje, es el diablo): recordemos el papel del calvinismo en la formación del “espíritu del capitalismo” (Max Weber) y su modelo de “austeridad” para lograr la salvación por el lucro capitalista.

Una combinación de militarismo, patriarcado, nacionalismo, autoritarismo iliberal (hipócritamente disfrazado de progresismo liberal), y ética calvinista no son una propuesta nueva: son una combinación de las viejas ideas priistas (que los clientes electorales de la tercera edad reconocen y abrazan) con una ideología capitalista hegemónica que pueden suscribir Slim, Salinas Pliego, Romo o los Hank. A ello sumemos la corpocracia posdemocrática, especialmente de la corporación hegemónica: la militar.

El resultado no es un proyecto innovador sino renovador, regenerador del sistema caduco priista: como en el Gatopardo: que todo cambie, para que todo siga igual. En términos de Gramsci, es una “revolución pasiva” o transformismo, una revolución de derecha, burguesa, impulsada por un cesarismo plebiscitario o bonapartismo: el Estado cobra una autonomía relativa de la burguesía para imponer los verdaderos intereses burgueses, por encima de sus pleitos facciosos, hegemonizando un proceso en el que los de abajo son meramente usados para una vuelta de tuerca más en una modernización capitalista que profundiza el despojo, la explotación y la violencia.

Algunos de los verdaderos adjetivos que corresponden a este régimen autoritario son: posdemocracia (aunque se llega al poder por las urnas, se trata de controlar las urnas para no abandonar el poder); posverdad (ideología de la mentira útil al régimen, los “otros datos”); construcción del enemigo interno (los adversarios); centralización antidemocrática del poder (autoritarismo, presidencialismo, culto a la personalidad); militarismo y un populismo que se disfraza de progresismo, pero está más a la derecha.

En el fondo, el proceso es lo que llama William Robinson “acumulación militarizada”. Lo que, respecto a México, Noam Chomsky enunció como: corporaciones construyendo megaproyectos que destruyen comunidades indígenas y sus modos de vida. Lo que Pablo González Casanova llamaría “colonialismo interno”. En buena medida, por ello los grandes parecidos de Obrador con Trump y Bolsonaro.

Dice William Robinson que “uno de los puntos más importantes de una resistencia al capitalismo global es doblar a la militarización. Comprender la militarización y resistirla”. (Estamos frente a un capitalismo de acumulación militarizada. Entrevista con William I. Robinson 2/2 https://www.youtube.com/watch?v=DVL-_VmwvEY )

Según algunos medios, una propuesta de Lula para su segunda presidencia es un proceso de desmilitarización de Brasil. En cambio, Obrador profundizó y ensanchó la militarización en marcha y se propone desmantelar las instituciones civiles autónomas cooptándolas (como a la CNDH), pretendiendo controlarlas (como intenta con el INE) o acabándolas mediante el austericidio presupuestal (todo el sistema de atención a víctimas, periodistas y defensores, por ejemplo).

En Brasil, fanáticos de Bolsonaro piden un golpe de estado. En México, el gobierno ha asustado siempre con las teorías del complot golpista (al tiempo que cede el país a los militares), pero Obrador apoyó indirectamente el intento golpista de Trump (retardando su felicitación a Biden, mientras Trump alegaba un fraude inexistente), y es más creíble que, si Morena llegara a perder las elecciones y Obrador acusa falsamente de “fraude”, sus fanáticos pidan que el ejército asegure la perpetuación del régimen obradorista.

La corporocracia – define Frei Betto– es el rostro de la posdemocracia. Y entre las corporaciones se incluyen las fuerzas armadas, supuestamente despolitizadas. De ahí el disgusto del presidente-avatar y del poder Ejecutivo-empresario con la insumisión de los parlamentarios y el poder judicial. En la lógica de cualquier empresa, los que se oponen a las decisiones del mando deben ser sumariamente excluidos.”

Los obradoristas no propusieron un nuevo sentido común, regeneraron el viejo nacionalismo patriarcal y lo vistieron de “resistencia latinoamericana” al tiempo que entronizaron una corporación armada entrenada por los militares estadounidenses, subordinada al Comando Sur y con los reflejos ideológicos del anticomunismo, el antifeminismo y el prejuicio de que la lucha por derechos humanos es un complot extranjero o conservador contra la “soberanía” y la “seguridad nacional”.

Basta este último concepto: “seguridad nacional”, para ubicar en qué cuadrante de la geometría política se ubica el obradorismo, y, desde luego, no es la izquierda.

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