Por Javier Hernández Alpízar
En sus Historias de almanaque, Bertolt Brecht escribió el relato “El experimento”, en el cual hace un retrato y homenaje a Francis Bacon, el filósofo empirista precursor de los procedimientos inductivos de las ciencias modernas.
Con intención didáctica, Bertolt Brecht narra cómo Francis Bacon inicia a un joven en la observación y experimentación de la naturaleza: rellenan una gallina muerta con nieve, para comprobar algo antes observado: que los animales muertos congelados tardan más tiempo en descomponerse.
Sin embargo, el relato inicia con la alusión a otro tipo de corrupción: de la que estaba acusado Bacon. “Ocupaba el cargo de gran canciller cuando fue acusado de aceptar sobornos y encarcelado.” Los moches de la época salpicaron la carrera política de Francis Bacon. Incluso una mujer previene al joven que con curiosidad se acerca al filósofo diciéndole que tenga cuidado con él porque es un “hombre malo”.
El joven tiene que vencer el prejuicio moral para acercarse al científico que le da curiosidad: porque quiere conocer. Así, en el mundo de la ciencia, la verdad puede ser descubierta y enunciada por un hombre acusado de corrupción.
Sería ridículo decir que es falso que una gallina o un conejo muerto tardan más en corromperse si se congelan porque Francis Bacon fue un canciller corrupto que recibió moches y hasta fue encarcelado por ello.
Cuando de hechos y de fenómenos se trata, la verdad es independiente de la virtud o vicio moral o de la corrección o incorrección ideológica o política del autor de una afirmación, un informe, un libro o un artículo científico.
Si Francis Bacon recibió o no recibió moches, en nada afecta a sus aportaciones al método de investigación científica mediante la observación y experimentación natural y las generalizaciones o inducciones.
Y cuando de la verdad en ciencias, filosofía, ciencias sociales, historia, economía, hechos políticos e investigaciones periodísticas se trata, es inadmisible pretender que una afirmación se desestime por ataques personales, como acusaciones morales o ideológicas contra quienes ofrecen tesis y razonamientos atendibles.
La verdad puede ser enunciada por todo tipo de seres humanos, moral o políticamente respetados o no.
Las verdades de hecho dependen de las verificaciones de los hechos y no de si quienes enuncian las afirmaciones son conservadores, adversarios, fifís, inmorales o son por el contrario santones de nuestra secta religiosa, moral o política favorita.
Bertolt Brecht nos previene contra el moralismo. Y eso que Brecht fue un militante antifascista y criticó duramente a Hitler. Pero en su anécdota sobre Francis Bacon nos muestra que los pecados morales o políticos de Bacon no anulan sus afirmaciones como científico.
Vale la pena recordar esto en tiempos de oscurantismo moralista en que desde el poder se pretende anular el pensamiento crítico, y de ser posible, el pensamiento a secas. tratando de ocultar las verdades de hecho debajo de etiquetas morales, ideológicas, sambenitos políticos y mojigatería.
Lo que Guacamaya puso a disposición de México y del mundo mediante seis terabytes de información hackeada ha brindado a la sociedad mexicana, y a cualquier persona interesada en saber, una gran oportunidad de asomarse a documentos, afirmaciones, informaciones, datos que pueden enriquecer nuestro conocimiento del Estado mexicano y de nuestra historia reciente, al parecer, al menos de tres sexenios.
La que parece ausente o al menos famélicamente preparada para procesar, digerir y hacerse cargo de tanta verdad es una sociedad mexicana ahíta de consignas morales e ideológicas.
En lugar de saber la verdad, muchos prefieren no alterar la tranquilidad de su mala conciencia.
En La ciencia como calamidad, dice Marcelino Cereijido que la falta de formación científica se está convirtiendo en un riesgo mundial, porque nuestras sociedades dependen cada vez más de las ciencias en un mundo de analfabetas científicos. Y cita un luminoso pensamiento de Jean Piaget: “Las personas no entienden lo que ven, sino que ven lo que entienden.”
La sociedad mexicana está cognitivamente rebasada por el bombardeo de información sobre su realidad. Necesitamos más Bacon, más Cereijido, más Piaget, más Brecht, más actitud científica y menos maniqueísmo moral, como el que pretende hacernos creer que un uniforme verde olivo hace a un ser humano incorruptible. Las experiencias del mundo demuestran lo contrario.
No importa si quien nos muestra hechos relevantes es moral, inmoral, conservador o progre: las verdades de hecho se verifican con independencia de la moral de sus enunciadores.
Así como, en su teatro, Bertolt Brecht nos enseñó el distanciamiento estético, respecto a verdades de hecho, nos enseña a poner entre paréntesis la moral de quienes debaten: para atender a la verdad de los hechos.
Gracias, Brecht.