Mientras León Trotsky y los comunistas intentaban hacer la historia, como si de una obra del arte y la técnica se tratara, buscando alcanzar el fin por medio de creación y destrucción; Franz Kafka se consagraba por entero a la creación de su obra literaria (novelas, cuentos, aforismos), para, al final de su vida, pedir a un amigo destruirla. Gracias a una decisión de su amigo, contraria a la última voluntad de Kafka, pero poniendo por encima el interés de los lectores, su obra fue publicada póstumamente. En tanto, la revolución devoraba a sus hijos, purgas, exilios, deportaciones a Siberia o a otras geografías. Trotsky fue asesinado en Coyoacán.
Es la típica ironía de la historia, hecha de acciones cuyas consecuencias jamás podemos controlar. También el arte tiene su incertidumbre, dejando, como Kafka, obras enigmáticas que si acaso significan algo para algunos lectores solitarios, lectores raros para sus contemporáneos, como lo fue el autor para los suyos: Gregorio Samsa, el burócrata que deviene insecto, en La metamorfosis, es una posible alegoría de ese raro autor… y lector.
Uno de esos personajes raros –trotskista, deseoso de hacer de su vida una obra, una vida con sentido—, es aquel cuya historia nos cuenta, con humor irónico, Moacyr Scliar en su novela corta Los leopardos de Kafka. Ratoncito, Benjamin, tiene una misión, encargada a su mejor amigo por al mismísimo Trotsky. Pero el curso de sus decisiones y acciones lo empujan en una periplo de accidentes, azares y enredos que lo hace no leer sino vivir una historia kafkiana, en la que el misterio y la solemnidad del texto sobre los leopardos en el templo se vuelve la clave y el enigma de una misión frustrada por peripecias que no excluyen la hermenéutica marxista del texto literario y el amor en apenas dos vistas.
El texto de Kafka, en alemán, se convierte más que en vestigio en souvenir y amuleto de los momentos más intensos de una vida militante que luego deviene más bien teórica y literalmente dialéctica: las interminables discusiones de los trotskistas por el significado de los textos y de los procesos históricos (como la revolución rusa).
Ratoncito deviene lector de la historia del siglo XX, pero protagonista de la vida propia, una historia personal con soledad, amor platónico (irónico para un marxista), amistad y compañerismo que le dan el sentido humano a deseos que no por frustrarse se niegan a morir.
Los leopardos de Kafka es un ejercicio de humor y de empatía hacia sujetos que las historias oficiales nos contaron como monstruos o como héroes sobrehumanos, pero que, vistos con el lente de la vida ordinaria, fueron humanos, hechos de deseos y limitados por la historia, que no se deja hacer como si de una obra se tratara. Constatamos que incluso los comunistas son capaces de amar y buscar dejar huella en las vidas de sus seres queridos.
Scliar, Moacyr, (2017), Los leopardos de Kafka, México, Elefanta del Sur- Secretaria de Cultura, Dirección General de Publicaciones.












