Con la exigencia de libertad inmediata para José Díaz, zapatista preso por el delito de ser indígena, de ser zapatista y de resistir a la guerra contra su pueblo (el nuestro)…
Es Martin Heidegger el filósofo del siglo XX que ha enfatizado el sentido de verdad como desocultar, como develar, como descubrir, porque el sentido originario de nuestra relación con las cosas es que éstas están en estado de ocultamiento.
Una y otra vez regresa Heidegger al sentido etimológico de verdad en griego como a-letheia. Pero ¿qué significa la palabra negada por el prefijo “a”, como en átomo o en amoral o atípico?
Ricardo Soca, al explicar en su página sobre el idioma castellano la palabra “letargo” (sopor, adormilamiento) explica así la raíz compartida con aletheia (verdad):
“En la mitología griega, Lete, la hija de Eris –personificada por lo general como diosa de la discordia– dio su nombre al manantial del Olvido, que más tarde se convirtió en la laguna Lete o río Leteo, en cuyas aguas los muertos bebían para olvidar su vida terrestre por completo. Las almas que retornaban a la vida, ya con un nuevo cuerpo, volvían a beber del río Leteo para olvidar lo que habían visto en el mundo de las sombras. El nombre de Lete proviene del verbo lanthano ‘olvidar’, ‘esconder’.
“Lete acabó por convertirse en alegoría de la muerte y del sueño. En latín, su nombre dio lugar a letum ‘muerte’ y letalis ‘letal’, y en griego a lethargos ‘letargia’. La palabra latente es del mismo origen y significa ‘oculto’; aunque hoy suele usarse en el sentido de ‘palpitante, vivo’, pensando que proviene del verbo latir.”
La verdad entonces es el desocultamiento que nos trae algo del olvido, del ocultamiento e incluso del letargo; por eso cuando queremos que alguien se entere y reconozca la verdad, decimos “ya despierta”.
Si la verdad nace, como Heidegger piensa, de la apertura del ser humano (un ejercicio activo de libertad) al ser del ente, a la patencia de las cosas que salen de su olvido y su ocultamiento, entonces la ausencia de verdad (mentira, falsedad, error, olvido, ignorancia) surge del olvido y del ocultamiento.
Heidegger piensa que el ser es activo en su mostrarse, en su salir del ocultamiento, como es activa la physis (la naturaleza) en la concepción de los griegos presocráticos y de muchos pueblos indígenas del mundo que tienen una vivencia animada, viviente, de la naturaleza como Madre Tierra.
Pero en el terreno de las relaciones entre seres humanos también hay un activo olvidar, ocultar, borrar la memoria (borrar los memoriales de las víctimas, por ejemplo), negar la verdad, ignorar: no en el sentido pasivo de no saber, sino en el activo de deliberadamente no ver, voltear para otro lado, ignorar al otro o a los otros, y a su palabra y su verdad.
Los procesos genocidas no solamente intentan matar masivamente a grupos humanos sino borrarlos del mapa y de la historia, borrarlos de la memoria, del recuerdo, es un intento activo, deliberado de producir olvido, ocultamiento, negación, desaparición del ser de los otros: por ejemplo, reescribiendo la historia para negar la existencia de las masacres o negar el papel de los otros en su propia historia y su aportación social (violencia epistémica, epistemicidio).
Para ocultar y pretender desaparecer la verdad se escriben relatos que tuercen lo ocurrido, que niegan que hubo víctimas, que desresponsabilizan a los victimarios, o que revictimizan y criminalizan a las víctimas (recordemos a Theodor Adorno: culpar a las víctimas es fascismo). Las instituciones autoritarias son expertas en ese proceso perverso de sepultar la verdad bajo un palimpsesto de mentiras (la “verdad histórica”), así lo han hecho iglesias, Estados, Imperios, gobiernos, ejércitos, grandes corporaciones capitalistas…
La falsedad o la ignorancia como olvido y ocultamiento se pueden producir de manera espontánea, por el paso del tiempo, la erosión de la memoria colectiva, el empobrecimiento del logos (el habla, el lenguaje), pero los totalitarismos, las dictaduras, los autoritarismos buscan también reescribir los hechos, relatarlos de otro modo (mediante la enseñanza escolarizada, el adoctrinamiento, los medios masivos como radio, TV, internet, la propaganda) buscando que la presencia, la vida y la acción de los vencidos desaparezca, sea borrada, olvidada, ignorada, ocultada: ese velo ideológico (quema de libros, quema de brujas en cuerpo o en efigie, el macartismo, es decir, persecuciones de disidentes: los Sócrates, los Jesús, los Galileo, los Servet, los Giordano Bruno, los herejes, las herejes, quienes eligen, quienes piensan y se atreven a decir) es un querer que todos los avasallados, los dominados, los conquistados, los subordinados, beban las aguas de la amnesia.
Los procesos desarrollistas (progresistas, industrializadores, transformismos y gatopardismos, posdemocracias) también usan, además de los ecocidios y genocidios (masacres, guerras) el epistemicidio: una combinación de extractivismo que expropia, roba, plagia el saber del otro (su mandar obedeciendo, sus conocimientos de la naturaleza, su arte, su patrimonio cultural) y niega su fuente, su origen, su autoría, atribuyéndosela a sí mismo (el curso de Morena que en su cartel de propaganda atribuye a Enrique Dussel el “mandar obedeciendo”). La historia aparece entonces como un camino con el fin de llegar al poder y el imperio actual, lo otros desaparecen o aparecen caricaturizados, producidos como ignorantes, reaccionarios, equivocados de la historia.
Por eso el activo no olvidar, la memoria viva, el recuerdo apasionado, y la investigación de la verdad (verdad y justicia: no puede haber una sin la otra) es tan subversivo, porque con esa memoria las víctimas, sus familiares, las y los defensores del territorio, quienes defienden derechos humanos y quienes hacen periodismo o academia de investigación, quienes hacen arte (como Víctor Jara: canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva) son los enemigos de Ministerio de la Verdad y la policía del pensamiento de todos los autoritarismos.
Y dado que la verdad, y la confianza que puede generar, e el pan del que se alimenta la vida sana del habla, de la lengua (logos, tlahtolli), entonces, la mentira, que puede der una ventaja táctica a quien engaña y va asociada a la violencia, destruye algo muy importante, lo que nos hace humanos: el habla, la palabra, que debería existir para reunir, abrigar, dar expresión a la verdad, al desocultamiento: por algo del lanthano (olvidar, ocultar, mentir) surgió en latín el letum (muerte) y el letalis (letal). La mentira es hermana de la violencia, de la muerte, para la especie humana es letal: véase si no, el ocultamiento de la verdad sobre el cambio climático, el negacionismo de la responsabilidad del capital en el ecocidio. La mentira es herramienta del genocidio y el ecocidio. Defender la verdad y la palabra (el habla) es parte de la defensa de la vida.
Un error o una falla grave, en este momento, es perder (rendir) nuestra capacidad de abrirnos a la verdad y dejarnos avasallar por el peso de la propaganda, la mentira y la posverdad: el letargo es, aquí, letal.