Hotel Abismo: La obediencia debida mata a la democracia

Por Javier Hernández Alpízar

Al pueblo palestino, y a los colectivos solidarios con el pueblo palestino.

Poner como paradigma de rectitud y honradez a instituciones en las cuales la relación mando-obediencia es vertical, donde el poder manda y los de abajo obedecen sin poder negarse a hacerlo, es autoritario: es antidemocrático.

Toda relación de poder implica una relación de mando y obediencia: la familia, grupos e instituciones sociales, gobiernos, el Estado, iglesias, ejércitos. Quien se hace obedecer o quien tiene la facultad de ordenar y ser obedecido es una autoridad.

Teóricamente, la autoridad está para que haya orden, estabilidad y paz social en una comunidad, sociedad o nación. Que no haya paz social es ya un signo de que ahí la autoridad está haciendo algo mal.

Pero, en los hechos, no toda autoridad manda en función de un orden para el bien común, el bien social, la vida buena o la paz social.

Con demasiada frecuencia la autoridad abusa de su poder y cuando hace eso y, porque tiene la fuerza, la capacidad de ejercer la coerción, obliga a obedecer para beneficio de unos pocos, los poderosos, los ricos, los que tienen la fuerza pública, entonces la autoridad incurre en autoritarismo, una forma corrupta del poder: el despotismo.

La corrupción no es sólo el desvío, la malversación o el robo de dinero, la estafa, el fraude económico, también el autoritarismo es una forma de corrupción: es la descomposición de una autoridad política, que debiera ser gobierno sobre iguales, sobre ciudadanos, para verse convertida en una autoridad despótica, autoritaria, dictatorial.

Dice Fernando Savater, en un librito muy sencillo que tuvo poco éxito, pero mereció mejor fortuna, Política para Amador, que la política consiste en pensar las razones para obedecer o desobedecer.

Cuando no existe la posibilidad de desobedecer, sino que la obediencia es forzosa, entonces nos encontramos ante una autoridad no política, ni democrática, sino frente a un despotismo: los ejércitos, la iglesia católica y otras instituciones religiosas serían ejemplos de instituciones modelo de esa jerarquía, vertical, autoritaria, donde los superiores son incuestionables y la obediencia es “debida”, es decir, obligatoria, sin alternativa.

Si un modelo de obediencia sin alternativa así se propone a una sociedad o grupo humano, comunidad o institución, lo que se está preparando es una dictadura, un despotismo, un régimen autoritario.

La obediencia política debe ser ética: una obediencia que no lesiona la dignidad del ciudadano, de la persona que obedece por mor del bien colectivo, de un orden social que busca la justicia.

Y siempre es una obediencia responsable: jamás renuncia a su responsabilidad por el mero hecho de haber “obedecido órdenes”.

Porque obedece a la autoridad cuando lo que ordena es racional, es legítimo, en aras del bien común, pero se reserva en conciencia la facultad y la responsabilidad (libertad) de desobedecer por motivos éticos, por objeción de conciencia, si lo que se le ordena va contra la ética y los derechos humanos, individuales y colectivos.

Ante leyes injustas y tiránicas, el deber de un ser humano digno, libre, responsable, es desobedecer. Y nunca, cometer el crimen con mala conciencia, amparado en la “obediencia debida” que diluya la responsabilidad en cadenas de mando perversas.

Objeción de conciencia, desobediencia civil o desobediencia debida son frutos de la ética y la dignidad humana.

Un ejemplo de lucidez para comprender esto es el momento y el razonamiento con el que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional renunció a ejercer una función de autoridad política y dejó que las comunidades, los civiles, elijan sus delegados y sus representantes a sus gobiernos municipales autónomos y a las Juntas de Buen Gobierno: lo hicieron porque no es bueno que lo militar esté por encima de lo político-democrático.

El mandar obedeciendo es ciudadano y democrático. No responde al modelo vertical del mando militar, lo subvierte.

Es claro que un cuerpo armado no se puede sentar a dialogar con civiles desarmados en igualdad de condiciones: por ello, los cuerpos armados, tal como razonó impecablemente el EZLN, deben hacerse a un lado y dejar que los civiles se organicen y autogobiernen.

Dime cuánto admiras la “obediencia debida” y las jerarquías militares y te diré quién eres. La democracia es un valor civil, un asunto deliberativo de sociedad civil, y el desarrollo político democrático es requisito de civilización.

Repetimos: Poner como paradigma de rectitud y honradez a instituciones en las cuales la relación mando-obediencia es vertical, donde el poder manda y los de abajo obedecen sin poder negarse a hacerlo, es autoritario: es antidemocrático.

Entre civiles debe imperar la responsabilidad (la libertad) y no la “obediencia debida”. Y la autoridad civil, política y democrática, debe estar siempre por encima de su brazo armado: si no lo hace, la democracia queda descartada, mejor dicho, destruida.

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