Si los griegos antiguos pensaban que el teatro era un factor de unidad ético-política y que, por ello, todos los ciudadanos de sus polis debían tener acceso a él, subvencionado incluso –en un teatro producido por mecenas privados–, por mor de esa formación o paideia ciudadana, quizá no estaban tan errados. Incluso las comunidades autónomas zapatistas están haciendo actualmente teatro –de corte brechtiano, en parte– como factor de autoformación, autorreflexión y autoconciencia.
Al asistir a una puesta en escena como El eclipse, de Carlos Olmos, en el auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), ¿a qué asistimos? Asistimos a presenciar un microcosmos que, principio hologramático de por medio, nos muestra un fragmento memorable de la vida misma. Es un drama doméstico, local, pequeño, que el espectador puede ver, y disfrutar con él, divertirse, en clave de comedia; pero para cada personaje es su vida, es la vida, como para cada uno de nosotros la primera representación de la vida humana es la propia vida, la que vivimos en primera persona.
El eclipse nos pone ante la vida de seis personajes y de sus decisiones: buscar el amor, entregarse a él en secreto (o no tanto); buscarse en una religión que transgrede la tradición familiar; defender la tierra como arraigo y resistencia o venderla y buscar otro lugar, otra vida.
La performatividad de El eclipse nos pone ante estas vidas con variedad de recursos visuales y escénicos como los títeres, el teatro de sombras, la animación de objetos, recursos multimedia, acompañados del trabajo actoral, los diálogos, la narración, el humor, la poesía (Carlos Pellicer), la canción, la música, el baile, la imaginación y un trabajo creativo con la escenografía y utilería, todo al servicio de esas vidas, dramas presentados en tono de comedia, con lenguaje popular, costeño, colorido y sonoro.
Una familia en su contexto social que, al principio, se antoja atada a las costumbres, las tradiciones y los atavismos, muestra una capacidad de dar el paso adelante, aceptar el destino, el porvenir, la nueva vida como esperanza.
El eclipse –el fenómeno celeste– no interrumpe sólo la luz del día por un momento, sino que permite pausar la vida y sus afanes, y dar así un momento, un respiro para reflexionar y aceptar la vida: aceptar lo que viene, afrontarlo, abrazarlo como la propia vida.
La fuerza de la vida, del deseo de vivir, vencen cualquier inercia y llevan a aceptar las cosas: las vidas que vienen, nuevas y diferentes formas de amar, de creer, de vivir.
Asimismo, en el trasfondo está la resistencia de las personas, las familias, las comunidades, en los intersticios de un hegemónico colonialismo que intenta avanzar sobre todos ellos como un bulldozer o un trascabo colonialista.
El eclipse ofrece teatro hecho con amor y humor artístico, y artesanal, hecho a mano y a cuerpo, a voz viva y presencia actoral de un elenco profesional, el de la Caracola, bajo la producción de Teatro UNAM
Habrá, en enero de 2026, nuevas funciones de El eclipse, de Carlos Olmos, en el Auditorio del MUAC (Museo Universitario Arte Contemporáneo), una creación de Caracola Producciones y producida por Teatro UNAM.
La adaptación es de Jimena Eme Vázquez y está dirigida por Gina Botello. Con el elenco: Gabriela Núñez, Carolina Contreras, Sol Sánchez, Renée Sabina, Alejandro Romero y Luis Javier Morales. Fotografía de Pili Pala. Entrada libre.
