Hotel Abismo: Las apariencias y más allá de las apariencias

Por Javier Hernández Alpízar

La idea de que el mundo cotidiano, el de la vida diaria, la ordinaria, la experiencia de todos los días, es una apariencia engañosa y que encontrar la verdadera trama de las cosas implica ir más allá de las apariencias es una idea profundamente arraigada en nuestro modo de pensar y de conocer, de construir conocimientos y teorías.

Nuestra experiencia ordinaria no es transparente y todo intento de explicación supone esa falta de evidencia y la necesidad de encontrar algo otro que explique lo velado en la experiencia simple.

Los filósofos griegos llevaron esa estructura dual a un extremo que es ya clásico y que dejó una impronta no superada en la filosofía y en la cultura de Occidente, hoy global y hegemónica, por lo cual nos concierne.

Una formulación paradigmática es la de Platón, expuesta de manera muy plástica en su alegoría de la caverna: el símil lo expone en La República (por lo que el interés político de esta metafísica es explícito): imaginemos a unos seres humanos iguales a nosotros pero encerrados de por vida en una cueva, de espaldas a la entrada de luz, atados e inmovilizados, de modo que lo único que pueden ver es lo que se proyecta en la pared interna de la caverna (como cuando vemos una película en el cine). Ellos creen que esas imágenes proyectadas en la caverna, como en un teatro de sombras, son la realidad. Pero un día uno de los hombres logra desatarse y con doloroso esfuerzo salir de la cueva y ver el mundo exterior. También con esfuerzo acostumbra sus ojos a la luz del sol y ve las cosas verdaderas, incluso, ve finalmente el sol, fuente de toda luz. El hombre de la alegoría (el sabio o el filósofo) regresa a la caverna y cuenta a los que están ahí prisioneros que hay una realidad verdadera y que el mundo de imágenes, sombras, que creían realidad no es tal, sino una apariencia engañosa. (Platón piensa que los sabios, los filósofos, deben gobernar.)

Por muchos esfuerzos de la filosofía y de la ciencia por superar esa estructura dual: apariencia y realidad, fenómeno experimentable y explicación inteligible, en el fondo no se ha roto sino modificado. Aristóteles junta en los seres singulares de este mundo la idea y la apariencia, como forma y materia, unidas, inseparables si no es por análisis mental, pero una cierta dualidad sigue existiendo.

Las filosofías y las ciencias siguen encontrando que las apariencias, lo visible y experimentable, obedecen a razones, leyes, explicaciones no del todo visibles, pero creídas y conocidas mediante razonamientos, mediante un concepto inteligible que explica la apariencia y con cuya explicación le dota de realidad y sentido.

Marx enfrenta el mundo fenoménico de las mercancías, el dinero, los intercambios, y encuentra como explicación una ley del valor que no aparece a simple vista sino tras arduo análisis, en cuya cientificidad la abstracción juega el papel que en las ciencias empíricas juegan los microscopios, telescopios, matraces y tubos de ensayo.

Karel Kosík nos enseña en una fenomenología marxista que vivimos en un mundo de la pseudoconcreción, fruto de la unilateralidad de una praxis enajenada y de la irreflexión, pero que pensar la totalidad concreta, como Marx el capital, implica dar un rodeo, y mediante un proceso de abstracciones y concreciones, reconstruir la ley que explica esa totalidad dialéctica.

Las ciencias positivas nos entregan complejas explicaciones matemáticas y apelan a conceptos no apreciables a simple vista, como partículas subatómicas, teorías de cuerdas, un pasado explosivo en el Big Bang o un continuo espacio-tiempo.

La dualidad entre la apariencia y una explicación que necesariamente desborda la experiencia y apela a ideas, conceptos, números, lógicas, dialécticas y abstracciones, es inevitable en los modos teóricos de pensar.

Existe la divulgación, la puesta en imágenes de los conceptos abstractos. Platón usa como recurso didáctico las analogías y alegorías como la de la caverna, la del alma como un coche con dos caballos (pasiones y voluntad) y un conductor (razón) o el mito del amor: un ser doble dividido, que explica por qué dos quieren reunirse con quien fueron uno originariamente, o bien: eros, hijo de la riqueza y la pobreza, por lo cual está siempre necesitado pero ama lo bello y lo bueno.

Hegel postula que hay grados de perfección en la expresión de la verdad: primero en la religión, en los mitos y sus ritos, luego el arte y sus imágenes, y finalmente, el concepto: filosofía-ciencia.

No obstante, la abstracción (la de la filosofía, la ciencia y el arte) aleja los logros del saber de los seres humanos de carne y hueso, de la experiencia cotidiana. Los seres humanos no encuentran respuestas sus interrogantes en los discursos complejos y abstractos.

En lugar de ello prefieren narrativas; mitos en el pasado, ideologías, hoy una sociedad del espectáculo y propaganda. La forma narrativa es parte del secreto de la popularidad de las teorías de la conspiración, que no son teorías sino relatos.

No obstante, el afán de saber es también un afán liberador, desde la caverna de Platón hasta los abstractos discursos de las filosofías, hoy. Por ello, ante la comodidad de seguir consumiendo el espectáculo, como en el cine, la mediosfera o la sociedad del espectáculo, es esencial el esfuerzo de romper con ese “sentido común” y el descanso en la idea de que es verdad porque lo creen millones o que es cosa de creer lo que quieras, a capricho.

Es el esfuerzo de pensar, dudar, interrogar e interrogarse (como expresa Kant: atreverse a pensar) es la promesa que la modernidad capitalista hizo (la Ilustración), pero que cancela de hecho con la seducción de un mundo de mercancías- espejismo, como en la novela La caverna, de José Saramago.

Tratar de obtener un conocimiento cabal implica el esfuerzo crítico de no conformarnos con la apariencia, tratar de comprender, entender y, de ser posible, explicar lo que vemos e incluso lo que no vemos pero indirectamente experimentamos.

Como en tiempos de Platón, buscar afanosamente la verdad o afanarnos en no salir de las solas apariencias tiene consecuencias políticas. Si el conocimiento es poder, ignorar, y resignarse a ello, es ceder a otros aún más poder sobre nosotros.

Buscar el saber es demasiado importante para dejarlo como tarea de una minoría.

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