Hotel Abismo: La guerra psicológica contrainsurgente

Por Javier Hernández Alpízar

Es la misma mano la que está detrás de los ataques paramilitares de la ORCAO a la comunidad autónoma zapatista de Moisés y Gandhi y la que está detrás de la campaña de calumnias contra el EZLN: son recursos del amplio espectro de la contrainsurgencia.

El EZLN es la única organización que le declaró (y le hizo) la guerra al Estado mexicano, el 1 de enero de 1994, con el propósito inicial de deponer a Salinas de Gortari, cuya imagen dejó desprestigiada para siempre. Tras la presión de la sociedad civil mexicana se hizo un alto al fuego, sin embargo la guerra ha quedado “suspendida” en términos formales, pero convertida en guerra irregular, contrainsurgente, paramilitar, siguiendo al pie de la letra los manuales estadounidenses1, con el paramilitarismo que inició en el periodo de Ernesto Zedillo y que han continuado todos los gobiernos, de todos los partidos, hasta el actual.

La guerra irregular, contrainsurgente y paramilitar contra el EZLN es parte de una guerra mundial contra los pueblos, especialmente contra los pueblos indígenas, por despojarlos del territorio y para proletarizarlos o exterminarlos. Los zapatistas actuales le han llamado la Cuarta Guerra Mundial.2

En el caso concreto de Chiapas, estado al que deliberadamente han dejado podrir, llegar a un estado de descomposición y violencia que lo tiene al borde de la guerra civil3, porque la violencia criminal, la paramilitar y la de la delincuencia a secas, y la respuesta de las comunidades en su autodefensa daría el pretexto ideal para incrementar y hacer más beligerante la militarización para “pacificarlos”, como el porfirismo “pacificaba” en su guerra de despojo y exterminio contra los yaquis, o como el virreinato “pacificaba” las insurrecciones indígenas mediante campañas bélicas.

Pero la guerra contrainsurgente de hoy no puede ser la misma que en tiempos de los romanos, de Napoleón ni siquiera de Vietnam. Hoy la guerra es de IV Generación: una guerra que además de en el campo de batalla se libra en las mentes de los ciudadanos-consumidores. Ahí perdió Washington su guerra contra el pueblo vietnamita, cuando la juventud de Estados Unidos protestó contra la guerra, y no olvidó la lección. Robert McNamara pasó de la secretaría de la Defensa yanqui en la guerra de Vietnam a la presidencia Banco Mundial: es el artífice de las campañas de “combate a la pobreza”, el reparto de dineros o “programas sociales” que no han acabado (ni combatido) la pobreza en ningún país del mundo, pero han servido para desmovilizar, desmoralizar, cooptar, dividir y muchas veces comprar ciudadanos sobre todo como clientela electoral. (Raúl Zibechi, Miseria y contrainsurgencia4) En el México reciente, esos programas llegaron con Salinas de Gortari y han continuado hasta hoy, solo cambiando el color del partido.

Además de los repartos de dádivas, la contrainsurgencia incluye guerra psicológica, sembrar desinformación, maniobras de distracción y cuando se ataca a un enemigo, un grupo insurgente, no solamente se le acosa militarmente y se le ataca paramilitarmente, también se le combate psicológicamente, ideológicamente, mediante todos los recursos de la desinformación, la propaganda negra, la calumnia. Cooptar a quienes eran aliados y luego volverlos grupo de choque paramilitar o “ideológico” es parte de esos recursos de contrainsurgencia.

La ORCAO5 es un ejemplo típico, son indígenas, campesinos, pero hoy con paramilitares antizapatistas contrainsurgentes, esa monstruosa mutación es trabajo de la contrainsurgencia del Estado mexicano y sigue el manual yanqui.

Utilizar a reales o supuestos “ex combatientes”, desertores que se convierten en delatores y calumniadores no es nuevo. Lo hizo Zedillo financiando y produciendo “Marcos, la genial impostura” y “La rebelión de las cañadas”, firmados por “investigadores” de paja.

Y cada vez que el EZLN lanza e inicia una nueva iniciativa civil, el Estado mexicano hace lo mismo: recrudecer los ataques paramilitares y volver a la carga con libros y prensa de calumnias antizapatistas.

La propaganda siempre funciona igual: repetir una mentira por todos lados, instalarla en la mente de todas las personas desinformadas que sea posible. Esa es la guerra psicológica, la propaganda contrainsurgente. Se combate en las mentes de las personas y los medios de comunicación no son neutrales sino protagónicos y parte del conflicto. Los medios que investigan y tratan de publicar verdades, verificadas y verificables, suelen tener menos penetración que los de chismes y amarillismo.

Tener un gobierno popular es excelente para la contrainsurgencia, porque le permite militarizar y operar impunemente “en nombre del pueblo”. Y para pueblos que viven tratando de sobrevivir (hoy a la pandemia y a la crisis económica) muchas veces no es fácil verificar información. Basta con que el partido hegemónico atice pasiones y puede tener resultados. Tienen expertos trabajando todo el tiempo en esas estrategias: en Estados Unidos pasaron de la generación que luchó por los derechos civiles de los negros a generaciones que viven criminalizadas y peleando entre sí, no contra el estatus sino contra otros grupos “raciales”; y de la generación que derrotó la guerra en Vietnam a generaciones que apoyan a Trump por prejuicios supremacistas y fascistoides. La guerra por las mentes usa también la cacería de brujas contra los grupos incómodos.

En México el nivel de información y de opinión libre e informada se ve seriamente amenazado por la hegemonía del “neocapitalismo” en el poder: progre de imagen pero, en los hechos, contrainsurgente, y no solo contra los zapatistas, contra todo defensor del territorio, contra la defensa de derechos humanos, el periodismo independiente, las mujeres que luchan, contra todo lo que no se deje fagocitar y subordinar. Tácticas contrainsurgentes las ha empleado contra el movimiento feminista, al que ha acusado de “importar” conceptos como el de pacto patriarcal o de ser creación del “neoliberalismo”.

Hoy todas esas luchas tendrían que confluir para defenderse, pero la contrainsurgencia trata de dividirlas cooptando a algunos grupos y usándolos de grupo de choque contra quienes no han claudicado.

 

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