La resistencia y rebeldía de los otomíes del CNI en la Ciudad de México

Por Javier Hernández Alpízar

Las muñecas de trapo multicolor que elaboran las artesanas otomíes han sido aceptadas como ícono del multiculturalismo en la Ciudad de México. Sin embargo, pocos saben que algunas de estas artesanas, con sus hijas, hijos, bebés, sus jóvenes, sus familias y su comunidad viven en la calle, en campamentos bajo tiendas de plástico y lonas.

Recientemente hemos visto a los otomíes salir a manifestarse contra las agresiones paramilitares en Chiapas y contra los megaproyectos como el tren maya, impuestos en territorios indígenas del sureste.

En las marchas de los días 26 de cada mes para pedir la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa desparecidos, caminan los otomíes, especialmente las niñas y mujeres con sus tradicionales blusas brillosas rojas, moradas o verdes portando una bandera negra con una estrella roja.

Sus campamentos en las colonias Juárez y Roma persisten en resistencia a las inmobiliarias que quieren desplazarlos y a funcionarios de gobiernos que pasan y dejan a su sucesor el pendiente de los trámites para declarar predios de utilidad pública los de Zacatecas 74, Guanajuato 200 y Roma 18, para expropiarlos y concretar proyectos de vivienda para los otomíes.

El largo proceso para expropiar sus predios y construir viviendas ha sido obstaculizado por no existir políticas de gobierno dirigidas a ese sector y porque sus predios son codiciados por inmobiliarias como Eduardo S.A. de C.V., la cual se ostenta como dueña de Roma 18 y se quiere beneficiar del desalojo violento del 19 de septiembre de 2018, realizado por cientos de granaderos y por cargadores de civil que golpearon a hombres, mujeres y niños.

Tanto el campamento de la calle Roma, el más precario después del desalojo, como los de Guanajuato y Zacatecas, son refugio de familias que viven hacinadas, compartiendo un par de baños para todas las familias, con escasez de agua o de plano sin ella, los que están en la calle.

El más consolidado, en Zacatecas 74, tiene cuartitos de cuatro por cuatro para una, dos o tres familias cada uno. El más precario, el de Roma, frente al Museo del Chocolate, no tiene agua más que la que puedan acarrear de una llave en un parque o los garrafones que las organizaciones solidarias les han llevado en el contexto de la pandemia.

De los gobiernos, además de represión en el desalojo, han recibido indiferencia, promesas incumplidas y desprecios. Así lo expresa su concejal ante el Concejo Indígena de Gobierno, Filiberto Margarito: “a ellos no les importa si uno se muere de hambre o si uno tiene para comer o si no se baña bien o si uno se baña. Mientras ellos tengan todo para ellos y nosotros nada, es mucho mejor para ellos.”

Cuando los otomíes que hoy se organizan en el Congreso Nacional Indígena (CNI) emigraron de su natal Santiago Mexquititlán, Querétaro, a la Ciudad de México llegaron por familias.

No tenían un lugar donde dormir y se quedaban en donde los encontrara la noche. A la salida del metro, en un mercado o en una terminal, pernoctaban en improvisados campamentos.

Eran constantemente víctimas de abusos, incluso llegaron a robarles niños, nos dijo en entrevista Diego García de la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata- Benito Juárez (UPREZ-BJ).

Su primera defensa fue reunirse y pasar la noche juntos para defenderse. Así comenzaron a platicar y tomaron la iniciativa de acercarse a una organización, la UPREZ.

En esa época, los años noventa, ya Diego García participaba en las convocatorias civiles del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Tal vez eso propició que decidiera acompañar a los otomíes en su proceso de organizarse y luchar por su derecho a una vivienda adecuada.

Años después, diferentes organizaciones del movimiento urbano popular e incluso organizaciones no gubernamentales se tuvieron que definir en torno a participar o no con el gobierno del PRD en el Distrito Federal. Los otomíes que aceptaron la asesoría de Diego García se separaron de la UPREZ y se pusieron un apellido UPREZ-Benito Juárez.

Las condiciones económicas de los otomíes los hacen insolventes para los mecanismos de crédito de los programas de Estado para vivienda social. Muchos no tienen documentos como la credencial de elector. Sus ingresos por oficios manuales y artesanales y la venta de dulces o juguetes en las calles no equivalen al salario necesario. Ni en México ni en otros países hay programas de vivienda para personas con tan bajos ingresos.

No tenían alternativa, afirma Diego García, decidieron invadir predios desocupados porque los inmuebles estaban dañados desde el sismo de 1985: Zacatecas 74, Guanajuato 200, Roma 18. Este último, frente el Museo del Chocolate, en la colonia Juárez, había sido sede de la Embajada de la España republicana en el exilio durante la dictadura franquista.

Después ocupar los predios ubicados en la alcaldía Cuauhtémoc, ya organizados como UPREZ-BJ, los otomíes emprendieron el lento proceso de regularizar su posesión ante las autoridades de la ciudad, especialmente el Instituto de Vivienda. En una ruta llena de trámites, costos y dilaciones, el objetivo es lograr que la autoridad reconozca que los predios son de utilidad pública, aptos para expropiarse y adjudicarse para un proyecto colectivo de vivienda social. Lo dicen siempre en sus movilizaciones “vivienda comprada, no regalada”. El recorrido es como en el juego serpientes y escaleras: si un documento es alcanzado, tiene fecha de caducidad para dar el paso siguiente, en caso de no lograrlo, regresas al trámite anterior.

La lucha por una vivienda es el núcleo de su lucha por el derecho a permanecer en la ciudad, en colonias, la Roma y la Juárez, aunque algunos vecinos, autoridades y desarrolladores inmobiliarios piensan que viviendas en esas colonias no son para ellos o quizás que ellos no son aptos para esas céntricas ubicaciones. Así se desarrolla una lucha por el territorio que involucra su derecho a organizarse, a tratar de lograr su autonomía y hacer valer una serie de derechos como los laborales, derecho a la educación, a no ser discriminados y, como es patente ante la pandemia, su derecho a la salud y a la vida.

Que la suya es una lucha por el territorio, lo reconocen de hecho los otomíes al participar en el Congreso Nacional Indígena. Asistieron al Foro en Defensa del Territorio y la Madre Tierra en diciembre de 2019, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Como parte del CNI, tienen dos concejales integrantes del Concejo Indígena de Gobierno (CIG): Marisela Mejía y Filiberto Margarito. Participaron en la campaña de María de Jesús Patricio Martínez para obtener su registro como candidata a la presidencia en 2018. El objetivo de ver a Marichuy en la boleta no lo lograron, pero como parte de esa campaña los otomíes se organizaron con otros colectivos e individuos en la Coordinación Metropolitana Anticapitalista y Antipatriarcal con el Concejo Indígena de Gobierno. Marichuy visitó su campamento de Roma 18 en septiembre de 2018 y, junto con algunos de los padres de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, la vocera del CIG expresó su apoyo a la comunidad ñañu y su derecho a permanecer en sus territorios en la ciudad de México.

La lucha de los otomíes no ha consistido solamente en mítines, marchas o en su participación en el CNI. También se han visto obligados a defender sus predios de un desalojo, el 19 de septiembre de 2018, en Roma 18, realizado por aproximadamente 200 granaderos, cargadores y golpeadores de civil. Desahucio que promovieron representantes de la inmobiliaria Eduardo S.A. de C.V. La violencia del desalojo desencadenó un enfrentamiento en el que los otomíes defendieron el predio, que tenían en posesión por ya dos décadas. Los otomíes fueron sacados del predio, pero no abandonaron el lugar. Permanecen en campamento en la calle de Roma. Ahí pasan la pandemia, bajos carpas y lonas.

Los otomíes reconocen que les ha permitido sobrevivir en la cuarentena, además de la autoorganización, la solidaridad material y política de organizaciones y colectivos que les llevan despensa, como reconoce Telésforo Francisco: “Gracias a todos los compañeros que nos han apoyado con los víveres, estamos organizados con el CNI de la comunidad otomí, no queremos que nos discriminen. De mi parte es lo que queremos, que nos apoyen y es esta información para la gente que nos quiera apoyar, para que los niños no se enfermen con la enfermedad que está ahorita, los queremos buenos y sanos porque realmente nos interesan más los niños.”

En Guanajuato 200, han establecido un centro de venta y trueque de sus muñecas artesanales Ar Lele y de café y miel. Es un trabajo para alimentar la resistencia y la defensa del territorio.

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