Monclova: el latido colectivo

Fotografías de Xilonen Pérez, Ingrid Fadnes, Marlene Mondragón, R. Rahal, Cristian Leyva y Heriberto Paredes

Es ya la cuarta sede del Festival de las Resistencias y Rebeldías en contra del capitalismo y al igual que en las otras tres, el esfuerzo colectivo se respira; organizar un festival con 5 sedes y 3 semanas de duración requiere de grandes esfuerzos, pero sobre todo mucho corazón.

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Hemos llegado a Monclova, municipio de Candelaria en el estado de Campeche, después de entre 17 y 24 horas de camino según las descomposturas mecánicas –o humanas– de cada vehículo que conformaba la caravana; mismas que fueron olvidadas al llegar al poblado que por la noche se convierte en estrellas y grillos al abrigo de los gigantes árboles que lo resguardan.

Esa primera noche cortaron la luz, de acuerdo con nuestros anfitriones, debido a que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) quitó el poco suministro debido al festival, y en ese intento de agravio nos regalaron un cielo que no se mira en las grandes manchas urbanas, sin la interferencia de un sólo foco, únicamente el contorno de la selva se dibujaba.

La pequeña y alejada comunidad, se encuentra a mitad de la gran sabana selvática –que comienza a ser el ecosistema constante en Campeche y que se convierte en el rostro de toda la península de Yucatán; su clima es húmedo y templado. Mientras la noche se extiende sólida debido a la falta de electricidad, cenamos arroz, frijoles y pan.

Darnos la mano y no soltarnos

Tras la llegada de la caravana del Congreso Nacional Indígena (CNI) y los integrantes de la Sexta nacional e internacional, se inaugura el festival tal como fue anunciado por la comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional: los padres y madres de familia de los normalistas de Ayotzinapa encabezan las comparticiones, desde su dolor y su fuerza hablan uno a uno.

Sus rostros pronostican una lucha de largo aliento, que irá forjándose gracias a la unión de las otras luchas, las que estuvieron enlodadas y enterradas por mucho tiempo, para ahora encontrarse y mirarse de frente cual espejo. «Nosotros somos las autodefensas de nuestras tierras, nunca hemos dejado de ser raíz, árbol, fruto…han florecidos nuestras rebeldías», fue el aprendizaje de varias palabras colectivas.

La rabia a momentos se convierte en llanto, de los padres, de las madres, de nosotrxs, hasta que por fin las nubes también lloran; la compartición es pausada mientras la lluvia arrecia lavando tanto dolor, las gruesas gotas caen refrescando el calor que emana de una tierra verde y llena de vida, nuestro sur nos escucha y latimos con él.

La palabra sería la materia en bruto para la compartición de luchas y rebeldías; con «corazón abierto» transmitieron a través de sus palabras, desde su lengua, desde su visión del mundo, los dolores de sus pueblos, los sinsabores de sus comunidades que han sido despojadas de sus riquezas, arrancando sus costumbres y tradiciones por un sistema económico político y cultural depredador como lo es el capitalismo dentro de la vertiente neoliberal.

Comienza la compartición y en cada intervención del CNI, pueblos y luchas indígenas, aún se percibe la herencia de aquella antigua costumbre de valorar todo a partir de un documento escrito y sellado. Por eso, en los morrales y bolsas de nylon guardan los títulos de propiedad acumulados desde tiempos coloniales. El pasado no sólo viaja en la memoria o en las luchas, también viaja en el equipaje de personas de morena piel. El pasado del país.

Para esperar que pase la lluvia y calmar los corazones doloridos tomamos un vaso de pozol en la cancha del pueblo, unos a resgurdo de la lluvia, otros disfrutando sentir el agua lavar las penas y convertirse en rabia y fuerza para seguir caminando. De pronto la lluvia cede a un sol que refleja en los árboles la belleza de un pueblo digno.

«Esta es nuestra ONU de los pobres y de los de abajo….¡ y al aire libre!»: indígena Purépecha de Nahuatzen, Michoacán

De Sonora a Campeche y de Morelos a Chiapas, los compañeros de las comunidades indígenas comparten su palabra, que pasa como espejo de unos a otros: despojo, violencia, desaparición forzada, encarcelamientos, asesinatos. Los reflejos de las largas historias de los pueblos que han dicho «¡ya basta!»

En la región peninsular se vive una política de exterminio al pueblo Maya. Los delegados de Mérida, Yucatán, explican que la historia oficial es una historia mal contada, pues la cosmovisión maya no ha muerto, no es mero folclor, sino que persiste  y el corazón maya quedó intacto.

En Bacalar, Quintana Roo, las tierras comunales les han sido prácticamente arrebatadas al ser compradas a cinco mil pesos por hectárea. Veintiséis mil hectáreas han sido vendidas a familias menonitas, empresas agrícolas alemanas, filipinas y japonesas.

«El gobierno lucra con los pueblos, con el pasado indígena del país… pero nosotros y nosotras seguimos vivos, somos el presente.
Hay una luz de esperanza entre tantos escombros, seguimos vivos, somos mayas y luchamos contra el despojo», explican los delegados de Bacalar

Es un éxodo campesino provocado, que conjurado desde las altas esferas del estado junto con monstruos transnacionales, esos mismos que encabezan la terriblemente mal llamada «revolución verde» y ejecutada por SEMARNAT y SAGARPA junto con la Procuraduría Agraria, dando el espaldarazo final al  rezago económico provocado en la región.

La comunidad anfitriona de esta tercera etapa forma parte del Movimiento de Resistencia Civil No al pago de luz, compuesta por 20 comunidades. Desde el año 2006, exigen que la energía eléctrica no se privatice y que su administración quede en manos del pueblo, además de un costo justo con base en las posibilidades de los usuarios.

Encontrarnos, darnos un abrazo, decirnos que esto apenas empieza

Hay algo que queda claro: no importan las geografías, los colores, los dialectos o idiomas, si somos del campo o generaciones atrás nuestros ancestros migraron a la ciudad o de un país a otro: todos vivimos lo mismo, exactamente lo mismo, sólo cambian los rostros del verdugo en turno.

También se escuchan las voces de la tribu Yaqui, que en defensa del río ha emprendido una lucha en la que –como es regla– sus integrantes han sido reprimidos y encarcelados; tal es el caso de Mario Luna y Fernando Jiménez, presos políticos desde mediados de este año.

Nuestra libertad no la cambiamos por el futuro de nuestros hijos, compartimos nuestro dolor con el de los padres de Ayotzinapa, que muera el mal gobierno.

Como si los 500 años de la noche colonial fueran mínimos, los pueblos indígenas tienen fresca la memoria de las luchas iniciadas por el reconocimiento de sus derechos fundamentales. El hilo de la historia es largo y corto, va del yugo colonial al gobierno actual pero es tan válido el agravio del siglo XVI como el de este año. Dicen en las intervenciones:

Que el micrófono no sólo sirva para nuestros dolores sino para nuestras propuestas.

Desde el Refugio de la 72, en Tenosique, Tabasco, resaltan que México no se reconoce como país migrante de origen o de tránsito; por lo que no se generan condiciones para detener la migración forzada a la vez que se repele mediante «políticas de exterminio», en el plan perverso del gobierno mexicano sin recursos para levantar muros, como en la frontera con Estados Unidos, se cavan fosas para migrantes. Como los estudiantes y los pueblos originarios, este es otro grupo incómodo para el gobierno. Mientras tanto, los países de origen siguen nutriendo su economía con las remesas de sus connacionales. Enmedio de esta crisis, el albergue que se encuentra en el camino de la ruta migratoria en México, es una esperanza para quienes transitan.

«Somos los hijos del maíz que no han podido destruir»

—Necesitamos tomarnos de la mano y no soltarnos, hermanos, caminar juntos, tragarnos nuestro luto para seguir con la lucha —así concluyó la compartición del primer día entre un mar de consignas espejo de la lucha cotidiana. El espíritu de Zapata vive y el espíritu de lucha renace ante tanta catástrofe para reforzar nuestra convicción por un mundo donde los otros y las otras tengan la primer palabra, aquélla que trasciende de cualquier postura partidista… «Somos pueblo y tenemos que hacer pueblo», subraya la voz combativa de uno de los habitantes de San Pedro Tlanixco.

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