Y si se los llevaron, ¿dónde quedamos los demás?

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Manifiesto de un estudiante mexicano.

El anonimato de este escrito no nace de un temor por lo que puedan causarme mis palabras; el no decir mi nombre aquí se debe a que sólo soy una voz de muchas que piensan lo mismo, soy cualquier joven estudiante que habita este país. Esta no es una voz de miedo, es la voz de indignación que tiene un estudiante de la UNAM, un estudiante del Politécnico, un estudiante de una escuela particular o uno de la Normal Rural de Ayotzinapa.

Hace ya un mes que los mataron y los desaparecieron. Asesinaron a tres normalistas y a tres personas que sólo pasaban por ahí. Cuarenta y tres estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa fueron secuestrados por agentes de la policía municipal de Iguala y entregados a sicarios del grupo de Guerreros Unidos. El alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, junto con su esposa María de los Ángeles Pineda Villa, responsable intelectual del atentado, ordenaron la persecución y desaparición de los jóvenes que se encontraban en esta ciudad para llevar a cabo manifestaciones y protestas referentes al 2 de octubre, fecha que se recuerda como uno de los grandes atentados por parte del gobierno hacia estudiantes que veían que había algo mal en nuestro país. El saldo de este suceso: decenas de heridos, un joven futbolista, una mujer, un adulto y tres jóvenes asesinados durante el operativo, cuarenta y tres que no sabemos dónde están y millones que los seguimos buscando.

Yo no escribo para narrar lo sucedido ese 26 de septiembre en la ciudad guerrerense donde el narcotráfico y la delincuencia organizada son cosa de todos los días. Este escrito no es una crónica y yo no soy un periodista que pueda contar de mejor manera lo ocurrido. Yo escribo para protestar por la desesperanza que me da mi país, como joven, como estudiante, como alguien pensante que no puede cerrar los ojos y seguir con su vida como si nada estuviera pasando.

Como estudiante de ciencias me encuentro en un despeñadero profesional, caminando hacia un futuro sin caminos ni escaleras. El estudiante estudia para encontrar un trabajo mejor que le dé un objetivo en la vida; pero no en México. Parece que aquí se estudia porque no hay algo mejor allá fuera, se estudia todo el tiempo que se pueda para evitar la realidad, aquí se estudia para morir sin futuro, para morir y nada más. El estudiante aquí debe terminar su carrera sin recursos, sin que a la gente le importe y escuchando todos los días “eso no te va a dejar nada en la vida, mejor métete a trabajar”. Pero trabajar ¿para qué? Para vivir como ellos quieren, como uno más detrás de un escritorio firmando papeles. El estudiante estudia porque eso que planean los gobernantes no es lo que quiere. El estudiante quiere cambiar al mundo y trascender, no seguir a los que ya se han quedado en el mismo lugar.

Pero, ¿qué debe hacer el estudiante de este país para tener un futuro como el que otros planean? En el escenario actual, huir. El estudiante necesita huir a otro país, salir de este lugar donde no lo quieren porque piensa y no se deja, porque duda de las reglas establecidas y se pregunta ¿por qué? Hay estudiantes que esperan que saliendo de este lodazal de muertos calcinados y enterrados en fosas clandestinas, o de basura estructural en las cárceles llenas de presos políticos que también dijeron no, podrán rescatar un poco de ilusión, volver a objetivizar su vida y encontrarle un fin.

La patria que nos enseñaron de pequeños ha quedado atrás. La patria en donde uno se paraba frente a su bandera los lunes por la mañana, la saludaba con honor, la respetaba, la admiraba y cantaba un himno que decía que “un soldado en cada hijo te dio”, ya no se siente nuestra. Ya los jóvenes no cantamos el himno nacional con honor porque no lo sentimos nuestro, porque nos están quitando la patria, porque preferimos “el canta y no llores porque que cantando se alegran” los corazones que queman, cortan y despedazan en este país. ¿Pero por qué huir y no quedarse a defenderlo? Porque, hasta ahora, los que se quedan están inmersos en un país que se mueve por el dinero, donde lo importante es tener más en los bolsillos que en la cabeza y porque, además, estamos en un país donde se obtiene más dinero por matar estudiantes que por ser uno de ellos. Tenemos que cambiar eso.

Algo está mal cuando a los estudiantes de una normal rural, donde se enseña a los jóvenes a ser profesores, a transmitir el conocimiento y la información a los que vienen atrás, se les asesina o se les desaparece de esta manera. Jóvenes que no sólo tuvieron la mala fortuna de ser jóvenes sino de querer enseñar y cambiar al mundo. Jóvenes a quienes, con oportunidades tan reducidas como las de una escuela rural, les interesa aprender a enseñar, les interesa que su mente funcione y no lo que hay en sus carteras. Ellos ya han cambiado al mundo y a este país, aunque no debió ocurrir de esta manera.

Mi madre me enseñó desde pequeño que no debía creerle a ningún gobierno, que todos mentían y que todos veían sólo por el bien de ellos y no del pueblo, que sólo les interesaban los altos puestos porque ahí es donde se gana más, donde se tiene más poder, donde se puede controlar a la gente. Por eso pregunto como joven, ¿por qué querer eso? ¿Por qué no buscar tener más conocimiento y que eso nos dé felicidad, nos dé paz interior? Es cierto lo que mi madre me dijo. Durante 25 años he visto representantes que sólo buscan eso, que no están para representar al pueblo, que sólo están buscando tener más poder. Durante 25 años vi muertos en Acteal, vi paramilitares matando indígenas zapatistas en Chiapas, vi golpes a estudiantes en la huelga de la UNAM, vi mujeres violadas y asesinadas en Ciudad Juárez, vi ataques a civiles por parte de la policía en Atenco, vi 121 mil muertes por el narcotráfico, vi 3 personas junto con 3 estudiantes muertos y 43 desaparecidos, y ya no quiero ver más.

Tenemos que cambiar este país para no irnos, para no dejárselo a ellos. Nos vamos porque aquí parece que ya no hay nada que hacer, y cuando nos vamos nos recriminan la huida, nos dicen cobardes, nos llaman despatriados, nos dicen que no nos importa nuestro país. ¿Pero dónde esperan que caigamos si nos quedamos aquí? ¿Enterrados en una fosa en medio de la selva? ¿Tras las rejas siendo golpeados todos los días? ¿O condenados a no ser más que otro que fue guerrero, que quiso cambiar a su país y terminó como casi todos esperando la muerte, recibiendo órdenes y un poco de dinero con halagos itinerantes en un trabajo indigno y ruin? Esperan que seamos sicarios, que escribamos una canción de tres acordes o que tengamos negocios ilícitos que nos den mucho dinero inmediato y nos dejen vivir unos cuantos años como gente poderosa hasta que nos maten.

Por eso queremos huir, huir al otro lado del río o al otro lado del charco o al otro lado del planeta, para tratar de ser algo que no somos, porque allá hay mejores oportunidades, porque allá se vive mejor, porque allá sí hay futuro, porque allá sí hay. Pero resulta que llegando allá tenemos que ser algo que no quisiéramos ser, extranjeros, extraños que debemos adaptarnos a las costumbres de otro lugar, que debemos dejar de comer lo que nos gusta, dejar de bailar lo que nos gusta, dejar de hablar como nos gusta, dejar de ver a la gente que nos gusta y dejar de ser lo que nos gusta. Y eso no es porque no queremos a nuestro país, sino porque hemos visto que nuestro país es el mismo después de todo. Después de tantas marchas, huelgas, paros, revoluciones, reformas e independencias nos siguen matando. Porque hace ya 46 años, un 2 de octubre, que nos mataron y nos desaparecieron y nos siguen matando y desapareciendo. Porque debemos incendiar palacios municipales, apedrear edificios gubernamentales y rallar las paredes de nuestras ciudades para que nos escuchen y nos respeten. Porque sólo podemos esperar que no nos lleven y no nos maten. Porque tenemos que pedir que nos los regresen cuando deberían de estar aquí. Pero no podemos dejarlos atrás porque todo seguiría igual. Porque no debemos huir.

Lo que yo exijo en este escrito es que nos dejen en paz. Que nos regresen a nuestros compañeros para que juntos sigamos viviendo sin pedir permiso, para que nos dejen ser estudiantes, para que nos dejen pensar. No tenemos que pedir permiso para ser libres, para decir lo que queremos de nuestro país, para hacer de México un lugar nuestro, para recuperar nuestra patria y dejar de ser extraños del mundo. Los jóvenes de hoy nos organizamos y nos movilizamos para no ser los que siempre estamos luchando por algo y no lo conseguimos, los que siempre estamos causando problemas porque si no cerramos una avenida principal o una plaza central nadie nos hace caso. Nos movilizamos para ya no tener que pintar nuestras calles porque hasta las hojas en blanco están cerradas para nosotros.

Les avisamos que vamos a hacer de este mundo un lugar mejor para todos, con la cabeza y no con el dinero. Seguimos el ejemplo de los normalistas de Ayotzinapa porque queremos volver a sentirnos mexicanos de corazón. Porque queremos que nuestras hijas y nuestros hijos, dentro de algunos años, se paren un lunes en la mañana y tengan la ilusión que un día tuvimos al ver nuestra bandera y nuestros héroes y nuestros símbolos, y que no tengamos que decirles cuando seamos grandes: ¿Para qué, si de todos modos aquí no hay futuro? Nosotros somos el futuro.

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